
Eder. Óleo de Irene Gracia
Javier Rioyo
Tampoco me pondré a llorar. No me sale. No me creo las lágrimas en los crematorios, cementerios, velorios ni en ningún ágape de recuerdo a nuestros muertos. Se llora en privado. Se llora por dentro. Yo llevo unos días más cabreado y sorprendido que plañidero. Hace un tiempo aquí conté el pacto de no interferir nuestras lecturas, en seguir a los nuestro, en un viaje del AVE con Carlos Castilla del Pino. Ahora he recordado tantas conversaciones pendientes, posibles, cercanas…ocasión perdida. Todo por ese viejo enganche a la lectura. ¡Con lo que me gusta hablar!
Después fue Benedetti, ese bondadoso cascarrabias. Tampoco era mi poeta, pero era mucho más de lo que dicen algunos. Mucho más que unas gracias, unos cantos, unas ternuras. Fue cercano, tierno, triste, melancólico, futbolero, soñador y otros sonidos del pasado cercano que conserva su ciudad.
Y murió Rafael, "el gordito" como le llamaba Chus Visor. Hace tiempo que Rafael Conte, el crítico que nos enseñó a leer, ya no era el gordito. Había perdido demasiados kilos. Estaba un poco más sordo. Con ese genio sonriente, con una amabilidad restrictiva y con su pasión, su enganche, para la lectura de casi todo lo que merecía la pena. Y no quería salir. Pasaba de nosotros. De esa tertulia irregular, de esa pelea entre "El Manolo" y "Belarmino" que desde hace muchos años algunos teníamos la suerte de compartir con el más importante de nuestros críticos. Entre el entusiasmo y el disimulo, entre el descubrimiento y algún encubrimiento, desde hace décadas fue uno de los pocos que podíamos seguir sabiendo que no perderíamos el tiempo. Discrepar, eso sí. Pero siempre desde un nivel, una exigencia que no es común en nuestra crítica.
Y Ullán, nuestro irónico, memorioso, feroz, claro y oscuro, José Miguel Ullán. Uno de los raros necesarios. Poeta, culto, popular, buscador, erudito, cosmopolita, pueblerino, dandi, original, irrepetible cantor español. En su primer libro, tan borgiano, "Ficciones", ya dejó escrito su testamento:
"la voz es voz
hiciera
añicos las palabras redentoras
-…la quijada blandida,
la mueca de tu hermano,
la saliva secreta, la agonía
capaz de darte posesión primera,
última ya (oh cuerpo ensangrentado),
herencia de este salmo, tierra ajena,
fuga por siempre, libertad cautiva…-
la voz es voz
no existe
no existe aroma nuevo
cerrad mis párpados"
Hace poco se publicó su poesía reunida. Es un hermoso epitafio.
No bailaré sobre sus tumbas.