
Eder. Óleo de Irene Gracia
Javier Rioyo
Cuando recuerdo aquello de: ¿tú eres de ciencias o de letras?, recuerdo lo equivocado de nuestra educación. De casi todas las educaciones. Aquél tópico de "un buen bachiller". ¿Un buen bachiller? De eso nada. O eres de ciencias, ergo ignorante y al margen del conocimiento de las "letras". O al revés. O científicos o humanistas. En realidad ni una cosa ni la otra. En ambos casos nos dejaron demediados. Así hemos crecido, hablo de la mayoría que conozco, como verdaderos ignorantes de todo lo que no era "nuestra especialidad". Todavía nos defendemos diciendo: "no tengo ni idea, yo soy de letras"
Se evidencia aún más esa ignorancia tan manifiesta cuando me encuentro con personas como Jorge Wagensberg. Quiero decir cuando me encuentro con sus libros. Aunque alguna vez me encontré personalmente con él y mi admiración aumentó por su capacidad comunicadora, cercana y nada pedante. Una obra notable, compleja y cercana, y llena de eso tan envidiable que es el "gozo intelectual". Un gozo unido a otros muchos. Placeres vitales, humanos, demasiado humanos.
En su último libro: "Yo, lo superfluo y el error", vuelve a ese camino tan propio y envidiable: las cercanías de la literatura y la ciencia. Y el valor lo demuestra contando, escribiendo, participándonos inteligencia y juego, imaginación e intuición, ciencias y letras.
Dos narraciones cortas, dos ejemplos:
"El origen de todos los males
Desde el amanecer, el cerebro del insecto recién nacido se pasea errático entre piedras, flores y excrementos, mientras se considera a sí mismo, permanente y exactamente, en el centro geométrico del Cosmos. Da igual que, al anochecer, el insecto ya haya muerto"
"El gozo intelectual
La relevancia del gozo intelectual está en que, a pesar de que existe una diferencia importante entre comprender y creer que se está comprendiendo, no hay la menor diferencia entre gozar y creer que se está gozando"