
Eder. Óleo de Irene Gracia
Basilio Baltasar
Carlos Fuentes se encuentra en Paris con Milan Kundera y comprueba el efecto que la difamación produce en los hombres. Se le podría considerar víctima de una ofensa "gratuita" pero lo cierto es que sale carísima. Dolorosa.
Como decía Montaigne de los males del mundo "no me hieren, pero me ofenden". La difamación perturba al hombre honesto. Su amor propio es de tal calibre que resiste a duras penas la duda sobre su integridad. La sospecha es devastadora. Lo saben sobre todo los inteligentes: conocen a la perfección la estupidez ajena, la credulidad del prójimo, la facilidad con que repiten lo que oyen: ciegos pero no mudos. Las comunidades se sostienen gracias al temor que inspiran estas epidemias morales. Temeos los unos a los otros.
Un supuesto historiador accede a los archivos de la policía política de la Checoslovaquia soviética y encuentra el registro de una delación. "Fue Kundera" proclama sin atisbar a comprender uno de los más eficaces y letales mecanismos utilizados por la policía del régimen totalitario: la destrucción de la reputación. Se trata de arruinar el fundamento moral de la resistencia: el prestigio de los disidentes. La policía vigilaba, perseguía, detenía, torturaba y condenaba pero también fue una fábrica de pruebas falsas. Se detiene a un hombre valioso antes de realizar una redada prevista de antemano para hacerle pasar por delator entre los suyos. Las estrategias de mentira y falsificación son enrevesadas. Preparando la base documental de futuras acciones, la policía bien pudo registrar una ficha de confidente con el nombre de cualquiera de los intelectuales opuestos al régimen. ¿Quién hubiera impedido esta previsora malignidad?