
Eder. Óleo de Irene Gracia
Javier Fernández de Castro
Jorge Ibargüengoitia
Seix Barral
Ganadora del premio México correspondiente a 1974, Estas ruinas que ves es una es una novelita sencilla, entrañable, divertida y diabólicamente bien escrita. Ya lo dije cuando dí noticia de la aparición en editorial Redonda de una selección de sus trabajos periodísticos: Jorge Ibargüengoitia parece mantener con el lenguaje una suerte de pacto contra natural ( léase no muy normal, o, como se decía antes, nada católico) que le permite crear universos de ficción sin el menor esfuerzo aparente, de la misma forma que puede destruir una Revolución como la cubana o cargarse a un personaje molesto sin necesidad de exabruptos ni términos altisonantes. Pongo dos ejemplos minúsculos pero muy significativos, ya que los más brillantes el lector los sabrá degustar por sí solo.
Recién llegado a su pueblo natal de Cuévano, el narrador, Francisco Aldebarán, está siendo objeto de toda clase de confidencias y deferencias por parte del esposo/amigo al que está traicionando gracias a la eficaz y entusiasta ayuda de Sarita, la ardorosa esposa de aquél. Cuanto más afable se muestra el esposo traicionado mayor es la irritación del amigo traidor. Hasta que, llegado un momento determinado, el narrador ya no puede más y decide reducir a escombros a su insignificante rival, recurriendo para ello a su admirable técnica de demolición sin aspavientos:
"Seguimos caminando y el sol empezó a pegar con fuerza. Espinoza [que así se llama el afable cornudo] sacó el pañuelo y se lo puso en la cabeza sujetándolo con cuatro nudos en las esquinas.
-Ese árbol que ves allí – me dijo señalando un eucalipto- es un cedro".
Unas vez retratado el personaje ya no vuelve a insistir. ¿Para qué?.
Ejemplo segundo. El joven Angarilla es el clásico alumno destacado y pedante, alma y motor de la publicación universitaria local. El tal Angarilla se empeña en hacerle una entrevista al recién llegado profesor Aldebarán. El cual, una vez comprobado que el alumno es un pelmazo, se lo despacha en apenas dos líneas:
"El joven Angarilla es experto en preguntas inhibitorias:
-Sabemos que es usted un cuevanense destacado. ¿Quiere explicar a qué se dedica?, etcétera".
Todo el rato es así, pues la trama no puede ser más sencilla: tras pasar unos años en la capital, el profesor Aldebarán regresa a Cuévano, "la Atenas de por aquí", para ocupar una cátedra de literatura en la universidad de su pueblo natal. En el mismo tren de llegada, llamado General Zaragoza, ya establecemos el primer contacto con algunos de los personajes que le acompañarán en esa vuelta al origen. Los primeros, el matrimonio Espinoza. Del marido, también profesor en la universidad, ya conocemos su ojo infalible para las especies arbóreas. Y de la esposa, Sarita, no tardaremos en conocer su amoroso comportamiento extramatrimonial. Y en el tren viaja un tercer personaje, el ingeniero Rocafuerte, al que el narrador identifica de inmediato como "un joven de porvenir" y que resulta ser el llamado a casarse con la chica más guapa de Cuévano, la llamada Gloria Revirado, una divinidad de muchacha que podría buscarle la ruina al recién llegado con sólo un gesto de complicidad que, ¡ay!, nunca se producirá. Luego irán apareciendo Ricardo Pórtico y su esposa Justine, que pese al nombre no es francesa sino venezolana; el doctor Revirado y su esposa Elvira Rapacejo, padres de la incomparable Gloria. Isidro Malagón, el historiador, y Carlitos Mendieta, el pintor más famoso de Cuévano, y los antros donde matan todos ellos las noches a fuerza de mezcal y cubalibres, o los jardines de recreo y las casas de unos y otros.
Pasar, la verdad es que no pasa gran cosa, pero a las pocas páginas empiezas a sentir una extraña familiaridad con ese pueblón cuyos habitantes ( a los cuales también tienes de inmediato la sensación de conocer de toda la vida) no hacen gran cosa por recuperar el esplendor de antaño. Y como ocurre con todo relato que no tiene nudo ni desenlace, el final llega porque sí, de forma tan arbitraria como empezó, y cierras el libro con cierto pesar porque te gustaría saber cómo se las van a apañar con su amor la encantadora Gloria y el joven de porvenir, si Carlitos Mendieta logrará el reconocimiento que reclama, si el rector Sebastián Montaña logrará comprarles su biblioteca a precio de saldo a las hermanas Begonia, o si el propio narrador se decidirá a escribir su libro sobre unas asesinas seriales locales.
Cuando Javier Marías publicó Revolución en el jardín, yo hice votos por el éxito de ese libro con la esperanza de que en vista de lo sustancioso de sus ventas algún otro editor se decidiera a publicar los restantes libros de Jorge Ibargüengoitia, hoy por hoy inencontrables . Pues bien. Con independencia de ese posible éxito en Redonda, Seix Barral anuncia ahora el inicio de la Biblioteca Ibargüengoitia, en la que irán saliendo las restantes novelas de este excelente escritor mexicano prematuramente muerto hace ya casi veinticinco años.