
Eder. Óleo de Irene Gracia
Basilio Baltasar
Nada puede complacernos más que ver a los hombres celebrando a sus héroes particulares. Hay en este exceso un aspecto enternecedor. Hombres huérfanos de afecto rinden homenaje a sus protectores. Éstos deambulan por las regiones imaginarias del pasado pero la certeza de la creencia es formidable: subsisten y dan consuelo. Para algunos son un ejemplo a seguir. Para otros, el homenaje es dar aliento a una vida que sin su recuerdo se extinguiría. El caso es que las agrupaciones adoptan patronos como signos de su convicción. Ya se sabe: un denso y conciso símbolo, una abreviatura. En lugar de contarlo todo cada vez, se cita el nombre laureado del gran predecesor. Y así queda todo dicho. Para un jesuita será Ignacio de Loyola. Para un opusdeísta, Escrivá de Balaguer. Incluso los laicos, con menos fervor y más modesto entusiasmo, tienen su obosom: Manuel Azaña, -quizás.
Lo singular de la confusión española, no obstante, es ver como rezongan los políticos de izquierda. Parecen apesadumbrados. Como si se avergonzaran de sus antepasados. Un republicano o un socialista francés se reconoce en los nombres de la Historia que lo ha parido. No hay misterio en ello. Las ideas sobreviven a la muerte de sus mejores oradores y entre los vivos siguen tronando. Esto es así en Francia, en Alemania… Pero no en España.
A causa de perturbaciones patológicas que no han sido estudiadas, los socialistas españoles viven acosados por un dolido fantasma. Quién sabe lo que les susurra de noche en su dormitorio. Lo único cierto es cómo se despiertan al amanecer: dispuestos a pedir perdón. Luego acuden a obtener el beneplácito de sus adversarios. José Bono, Presidente del Parlamento, quiso homenajear a Sor Maravillas, una monja que había vivido con gran abnegación. Ahora Juan Alberto Belloc, alcalde socialista de Zaragoza, quiere rendir homenaje al fundador del Opus Dei, Monseñor Escrivá de Balaguer. Y declara el motivo que hace inevitable poner su nombre a una calle: "es santo".
Su argumento se refuerza con más profundos pensamientos, pocos dignos de la tradición a la que pretende pertenecer, pero frívolamente ruidosos: "no hay marxista culto que se oponga a esto".
El caso español.