
Eder. Óleo de Irene Gracia
Basilio Baltasar
José Saramago se hacía ayer en su blog algunas preguntas sobre el Subcomandante Marcos. Como desconozco si el aludido ha dado respuesta al Premio Nobel de Literatura, recupero reflexiones anotadas hace algún tiempo.
Dicen que es escurridizo: se ausenta de las citas previsibles y anuncia lo que no consuma. Desconcierta. Quizá Marcos sea un estratega de la comunicación. Su personaje -sea quién sea el que lo habita- es una construcción contra la trampa mediática: sabe eludir callejones sin salida. El guerrillero ha sorteado el peligro de la caricatura aunque ha visto de cerca sus fauces. No que lo agarre la corrupta policía mexicana, sino quedar fijado como una estampilla devocional. Otro póster en las aulas de la universidad europea. ¿Quién es Marcos? Un personaje, una figura teatral: su pasamontañas esconde la expresión que, en el caso de mostrarse, sería devorada. ¿Un rostro desnudo ante la mirada insaciable del mundo? Los medios son una maquinaria reiterativa hasta la saciedad: destruyen, por acumulación, el significado de las imágenes. Los hombres como signos son efímeros: lo impone la industria del entretenimiento y la expectativa de un público emocional. No hay personalidad real que resista tanta exigencia. ¿Una revolución en Chiapas? Lo justifica el estado de miseria que padecen sus habitantes, pero ¿cómo gobernar el impetuoso flujo de la información? Un acto político es interpretación: por qué hacemos lo que hacemos. Requiere propaganda, insistencia y razón. Controversia. Y no siempre es a gusto de todos. La sociedad mediática tiene sus leyes. La anécdota reiterada se impone a la crónica del conflicto. La noticia pasa de moda: pasa de largo. Nada queda.
Además, el mundo está escarmentado: ¿conduce un levantamiento de pobres y desheredados a la tiranía del caudillo? ¿Este es el único guión posible? ¿Y cómo escapar de la miseria en una democracia corrupta y violenta? ¿Cómo legitimar la insurrección contra un gobierno incapaz de garantizar los Derechos del Hombre? El caudillo encapuchado ¿no será un acto de renuncia, una decepcionante y trágica claudicación? ¿Y adónde irá un pueblo sin caudillo? ¿Detrás de una sombra?