
Eder. Óleo de Irene Gracia
Javier Rioyo
Luz y taquígrafos. Esa era frase de los liberales de antaño. Se nos quedaba muy antigua. Siempre quisimos mucho más que luz y taquígrafos. La luz siempre nos acompañó, aunque la memoria infantil nos habla de algunos cortes de luz, que duraban poco pero que nos dejaban sumidos en una vida divertida, de velas y misterios durante algunos minutos. Y lo de los taquígrafos era poco más que una palabra unida a esas otras de algunas academias que anunciaban sus clases de "mecanografía y taquigrafía". En mi propia familia, en casa de unas tías, hubo una de esas más o menos legales "academias" de mecanografía. Todavía conservo alguna vieja máquina que parece sacada de una película de cine negro. La taquigrafía era una cosa rara, como de espías caseros.
Anoche volví a recordar los cortes de luz. Incluso el desconcierto de un corte más largo que los que recordaba de los tiempos de algunas tormentas de cuando fuimos niños.
Es posible que no llegara el corte de luz a treinta minutos, pero fueron todo un aviso de cómo podía ser un mundo sin luz eléctrica.
Fue en Tarifa, haciendo escala para el viaje a Tánger. Estaba en el hotel de agradable minimalismo, con las terribles noticias de Gaza en la televisión, que interrumpían la lectura del último libro de Rafael Sánchez Ferlosio, God and gun, que tanto tiene que ver con lo que está pasando en este bélico, absurdo e intolerable mundo tan cercano, aunque muchos crean tan ajeno. Se fue la luz. Se fue de toda la ciudad histórica de Tarifa. Todo fue misterioso. Todo extraño, antiguo e incomprensible. ¿Cómo estar sin luz? Sin poder, en libre traducción del inglés. Sin luz. Es decir sin poder usar el ordenador para que no se descargue. Ni el teléfono móvil. Sin ser capaces de leer a la luz de una única vela que conseguimos. Sin frigorífico, es decir sin hielos para el whisky. ¿Qué hacer después, si acaso, de hacer eso que se puede hacer sin luz?
La humanidad, la inmensa mayoría, vivió sin luz artificial hasta hace un siglo. Hoy, todavía y aquí cerca, hay muchos pueblos de Marruecos que no tienen luz eléctrica. Y si seguimos bajando por Afrecha la oscuridad va aumentando.
En unos minutos sin luz, ni taquígrafos, estuvimos en Tarifa con ese misterio de lo desconocido, pensando en esas formas de vida que no conocimos. Pensando en que algunos de los mejores artistas, escritores y pensadores nunca conocieron la luz eléctrica que nos da o quita poder. Volvió la luz. Volvieron las noticias de la guerra en Gaza. Un territorio sin luz. Pero sobre todo un territorio asediado.
Seguiré leyendo desde la luz de Tánger.