Marcelo Figueras
Espiando entre las páginas del New Yorker encontré un artículo sobre Naomi Klein que, citando argumentos del libro The Shock Doctrine -que no leí, pero me convenció de leer- explica cuestiones que la experiencia argentina viene demostrando desde hace años en la (triste) práctica. Según Larissa MacFarquhar, Klein considera al economista Milton Friedman apenas un escalón por debajo de Satán. Sumo sacerdote de la Escuela de Chicago, Friedman predicó el Evangelio del Libre Mercado y le puso letra a la música que los ricos del mundo más les gusta: convenciendo a pobres y clases medias de que un mercado libre era la solución a todos sus problemas -cuando en todo caso era, más bien, la condición sine qua non de sus dolores de cabeza.
La tesis central de The Shock Doctrine es, según MacFarquhar, que ‘el capitalismo fundamentalista es tan impopular, y tan obviamente dañino para todos salvo los más ricos entre los ricos, que el establishment requiere en su mejor momento la práctica de la decepción, y en el peor, terror y tortura’. ‘…La única circunstancia -prosigue- en que la población aceptaría reformas al estilo Friedman ocurre cuando está en estado de shock, a continuación de algún tipo de crisis -un desastre natural, un ataque terrorista, una guerra. Una persona en estado de shock regresa a un estado infantil en el que añora que una figura parental tome control sobre su vida; de modo similar, una población en estado de shock le concederá poders excepcionales a sus líderes, permitiéndoles destruir las funciones regulatorias del Gobierno’.
Klein dice que la Escuela de Chigago es ‘un movimiento que reza para que haya crisis del mismo modo en que los granjeros acosados por la sequía rezan por lluvia’. Y sugiere que a veces los acólitos de Friedman son demasiado impacientes para esperar actos de Dios. ‘Algunas de las más infames violaciones a los derechos humanos de nuestra era -escribe- tienden a ser interpretadas como actos de sadismo, perpetrados por regímenes antidemocráticos’ como los de Pinochet y la Junta argentina, cuando de hecho ‘fueron cometidos con la intención deliberada de aterrorizar a la población o manipulados para preparar el terreno para las reformas radicales del mercado’.
Yo no soy economista ni ensayista político, pero ¿saben cuánto tiempo hace que vengo diciendo estas cosas? ¿Saben cuántas novelas llevo sugiriendo lo mismo, señalando además la complicidad explícita o tácita de buena parte de la sociedad argentina en los hechos -sin la cual nada, ni las muertes ni las ‘reformas’, habrían sido posibles?
La sigo mañana.