Marcelo Figueras
Días atrás ocurrió un hecho complejo y confuso, al menos para mí, que no soy experto en estas cuestiones. La Corte Suprema de Justicia revocó un fallo del tribunal de Casación que ordenaba la liberación progresiva de los menores de edad internados en el Instituto San Martín. Lo que me dejó helado fue la argumentación de los jueces. Al tiempo que admitían que la legislación que rige los destinos de estos menores dista de ser positiva (uno de los jueces, Raúl Zaffaroni, la definió como ‘inconstitucional’), fundamentaban su negativa a liberarlos en la certeza de que -esto es lo que entendí, así que puedo equivocarme… aunque me temo que no es el caso- si esos chicos regresaban a la calle iban a ser víctimas de la policía, que ya los tiene marcados.
Estuve tratando de digerir la información durante días, leyendo cuanto artículo sobre el tema se me cruzó. No entendí mucho más: la mayoría de los textos me sonaban abstrusos, o bien -me parecía- esquivaban definir la cuestión de la manera que yo necesitaba para volver a conciliar el sueño. Finalmente se me cruzó esta idea, que al menos para mí sintetizaba el estado de las cosas. Creí comprender lo siguiente: que la Corte Suprema nos estaba diciendo algo que era mucho más grave que su crítica a la actual legislación. Al comunicar que pensaban ir en contra de sus principios para proteger la integridad física de los menores amenazados por la ‘marca’ de la policía, lo que nos sugerían era lo siguiente: en la Argentina no hay ley. En la Argentina, dicen Sus Señorías, aquellos a los que la Nación dota de armas para que hagan cumplir la ley las usan para asesinar a estos menores, asumiendo en la práctica el rol de jueces, tribunal y verdugos. En la Argentina, ni siquiera la Corte Suprema de Justicia puede hacer cumplir la ley. En la Argentina, la Corte Suprema debe recurrir a una ley que sabe retrógrada y viciada por origen -dado que fue sancionada durante la dictadura militar- porque en medio del vacío legal que consagra con su confesión de impotencia, la considera mejor que la nada que nos amenaza desde el fuera de cuadro.
¿Habré entendido bien? Sólo sé que me vino a la cabeza otro verso de la misma canción de Charly García: ‘Los inocentes son los culpables / dice Su Señoría’.
Mientras tanto en Grecia la sociedad sale a la calle para protestar la muerte de un joven -uno, esto es 1, como en: uno sólo- a causa de una bala policial.
Nunca estuve en Grecia. Se ve que allí la vida cotiza distinto que aquí, en el extremo sur del continente americano al que Julio Verne describió en una novela como el fin del mundo, iluminado apenas, agónicamente, por un faro solitario.