Javier Rioyo
Siempre que pueda me escaparé a Sevilla, ya que Sevilla no se escapa a mí. Aunque fue un viaje un tanto frustrado, por mis prisas y otros accidentes, algo pude ver más allá de la película de Giménez Rico. Y sobre todo, algo pude escuchar.
Me conmovieron las horas que un condenado a muerte pasó en esa ciudad. No tiene treinta años y no sabe qué será de su vida en los próximos meses, en las próximas semanas ni en el próximo minuto. Roberto Saviano, amenazado a muerte por la "camorra", defendiendo con valentía -y con humano miedo- su verdadera historia sobre un grupo de maleantes, un histórico grupo del terror europeo, eso que sucede en lugares tan hermosos, tan civilizados como Nápoles, Caserta, Sicilia. La mafia no es un argumento para hacer buenas películas, no es el reciclaje americano para poder ver una de las mejores series de televisión, Los Soprano. La mafia son estos extorsionadores que con las armas, los secuestros y las muertes, mantienen a una sociedad acobardada y en silencio. Romper el silencio es tener que venir con guardias a Sevilla, comer con miedo, pasear rodeado, esconder tu hotel, ocultar tu vida. Cuando un escritor está amenazado todos estamos amenazados. Ojalá Saviano pueda pasear por Sevilla en algún encuentro con europeos civilizados y cinéfilos.
Otro italiano, no amenazado, sí envidiando, que pasó por Sevilla fue Franco Nero. No podía envidiar en mis años pos adolescentes a nadie más que a Franco Nero. Estaba en Toledo, con Buñuel, pero por si fuera poco, estaba ligando -al menos en la ficción- con la que me parecía entonces la mujer más hermosa y adorable del mundo, Catherine Deneuve. Aquella inolvidable "Tristana". Yo estaba muy enganchado a la Deneuve, coleccionaba sus fotos, las escondía en los libros de texto. Un querido profesor, Evaristo Correa Calderón, una vez me mandó al pasillo porque encontró en el libro de literatura la razón de mi despiste: una foto de la Deneuve. Años después me acerqué a ella, pude hablar un rato, estuvo amable sin llegar a encantadora pero nunca me atreví a declarar mis amores. Lo mío era un lugar común. También odie a Marcelo Mastroiani. Tengo una larga lista de odios. Otro que encontré en las fotos sevillanas sobre rodajes fue uno de los más odiados, Mel Ferrer. Eso por ser marido de Audrey Hepburn.
Pero Franco Nero tuvo dobles, triples odios. Estaba cerca de Buñuel. Besaba a la Deneuve. Y, además, se acostaba con Vanesa Redgrave. Otro mito, un icono de los troskos y la mujer más deseada de Inglaterra cuando rodó Blow up. ¡Los italianos no paran de meterse entre las mujeres hermosas y nosotros!
Estuvo gracioso el abuelo Franco Nero en Sevilla. Recordó sus antecedentes andaluces, sus rodajes serios y los de spaghetti wester y sobre todo el encuentro con Buñuel. Naturalmente Buñuel nunca le llamó por su nombre. Se negó a pronunciar, si no era para insultarlo, eso de Franco. Era simplemente Nero.
También en Sevilla pude ver un documental que me interesa mucho, que me ilumina cosas sobre uno de los personajes más interesantes de nuestra cultura y nuestra tauromaquia. Un documental sobre Ignacio Sánchez Mejías.
Ahora, lejos de Sevilla y con nostalgias de sus cosas, su cine, sus gentes. De unas más que otras.