Marcelo Figueras
¿Cómo convendrá que consideremos el vaso: medio vacío o medio lleno? Porque más allá de la alegría por el triunfo de Obama sería insensato olvidar algunos hechos que pincharían el globo al más optimista. Por ejemplo, que la diferencia no en cantidad de electores sino en la de votos populares entre Obama y McCain sea tan pero tan pequeña: es decir, que casi la mitad de los americanos haya votado a pesar de la guerra y de la catástrofe económica a ese señor de edad provecta, errática conducta y discutible criterio que eligió como compañera de fórmula a la peligrosísima, por ignorante y por cerrada, Caribou Barbie de Sarah Palin. O que algunos estados -por ejemplo la liberal California, que por lo demás consagró a Obama- hayan aprovechado la votación para rechazar el matrimonio entre ambos sexos. ¿Hasta cuándo vamos a seguir imponiendo nuestro estilo de vida al resto de la gente? Si alguna vez los gays se convierten en mayoría numérica, deberían prohibir al matrimonio entre heterosexuales a modo de retaliación.
O el hecho de que se las hayan arreglado para entregarle el país a Obama en las peores condiciones posibles (en algún lado Hillary se está cagando de risa mientras dice: ‘¡De la que me salvé!’): dos guerras irresueltas, los prisioneros de Guantánamo en un limbo legal, la economía al borde de la implosión y un poderosísimo lobby de industrialistas de la guerra que presionará para seguir vendiendo muerte a destajo tal como ha venido haciéndolo los últimos ocho años. Obama parece muy consciente de esta situación. Fue una orden suya la que canceló los fuegos artificiales que estaban preparados la noche del martes para celebrar el triunfo. Si bien dejó que la gente expresase su alegría, eligió un tono para su mensaje de sobrio regocijo. Lo que les espera, tanto a Obama como al resto de los americanos, es una tarea que no está ni un pelo por debajo de lo épico.
Pero si Obama sugirió en su discurso que a pesar del panorama se sentía más esperanzado que nunca, ¿quién soy yo para desmentirlo? Después de todo, el suyo fue un triunfo obtenido contra todos los pronósticos. Un hombre de color en la Casa Blanca. De middlename Hussein y prosapia musulmana. Hijo de un matrimonio fracturado, descendiente de familias trabajadoras. Que nunca levantó la voz para expresar sus ideas ni recurrió a espantosas zancadillas para desacreditar a sus rivales. (Este es uno de los aspectos que más admiré de la campaña de Obama: su fe en la capacidad de los votantes para comprender un mensaje racional y positivo, tan opuesta a la mala fe de los republicanos, que tratan a la gente como idiotas a los que hay que llenar de miedo y atosigar a lo pavo de consignas tan elementales -¡Obama sexópata, abortista, socialista!- como mentirosas.) Siendo que venció todas las barreras, ¿por qué no creer que convertirá esta crisis en una oportunidad?
Obama ya habló de la audacia de la esperanza. Esta es la hora en que, además de audaz, la esperanza debe probar que es resistente.