Marcelo Figueras
Desde sus inicios como especie el hombre ha tratado de encontrar razones para ser bueno -o, para decirlo de otro modo, de encontrar métodos que lo ayuden a controlar sus impulsos salvajes. Para eso inventó desde religiones y prácticas políticas hasta dietas vegetarianas. Nada ha sido suficiente al respecto, eso está claro: basta con abrir un diario, en papel o digital, para comprender cuán lejos estamos de asimilar el sentido común que subyace a la práctica de la bondad. Yo me asumo investigador aficionado de estas fallidas recetas históricas, y en carácter de tal, debo decir que nunca encontré razón más elocuente para defender la causa del bien que la expresada por Frank Serpico en Conversaciones con Al Pacino de Lawrence Grobel.
Traducido al español por Juan Gabriel Vásquez, Conversaciones es un libro intensamente disfrutable para todos los que admiramos el arte de Pacino. En uno de sus tramos Grobel le pregunta por Serpico, la película de Sidney Lumet donde Pacino interpreta a un policía real, el mentado Frank Serpico, que arriesgó su vida para exponer ante la Justicia la corrupción policial que era sistémica en la ciudad de New York. Pacino cuenta entonces que conoció al verdadero Serpico, que vivió durante décadas con nombre cambiado en algún lugar de Europa para protegerse de potenciales venganzas. "Una vez estábamos en la casa de playa que yo había alquilado en Montauk", dice Pacino. "Estábamos allí sentados, mirando el agua. Y pensé: ‘Bien, nada me impide ser como todo el mundo y hacer una pregunta estúpida’. La pregunta era: ‘¿Por qué, Frank? ¿Por qué lo hiciste?’" Cosa que no tiene nada de estúpida de acuerdo al mundo donde vivimos, dado que Serpico no sólo se negó a forrarse de dinero cobrando sobornos, sino que además se arriesgó a morir; de hecho estuvo cerca, habiendo recibido un balazo en el rostro durante una celada. Pues, bien, esta fue la respuesta según Pacino: "No lo sé, Al. Supongo que lo hice porque… si no lo hubiera hecho, ¿cómo me sentiría cuando escuchara una pieza de música?"
Ahí lo tienen. No sé ustedes, pero de aquí en más yo ya tengo respuesta a la pregunta de por qué tratar de ser buena gente. Si dejase de serlo, ¿con qué ánimo volvería a enfrentarme a una buena canción, a una película sublime o a un libro que me transporta? No hay mezquindad alguna cuyo fruto compense arruinar el disfrute de, por ejemplo, Norwegian Wood -o ya que estamos en territorio adecuado, de la completa saga de El Padrino.