Javier Rioyo
Solemos despachar el Premio Planeta como un premio mediático, de mucho dinero, mucho ruido y poca literatura. No es así. Y no lo ha sido en muchas ocasiones de su ya dilatadísima historia. Si tuviera la capacidad y el tiempo necesario, me dedicaría a escribir una novela pensando en ganar el Premio Planeta. No me conformo, como Juan Benet, con ser finalista. Hay que ganar, como Millás, Muñoz Molina, Marsé, Vázquez Montalbán, Alvaro Pombo, Vargas Llosa, Cela, Bryce Echenique, Sender o Antonio Prieto, esos nombres son algunos de los escritores que admiro en grado y forma diferentes. El Planeta les ayudó para llegar a más lectores. Les cambió la vida, la economía, el reconocimiento y los siguientes libros. Muchos escribieron su mejor libro, otros el peor, pero todos están de distinta forma, con diferentes razones, encantados de haber pasado por ese premio, por esa historia. A pesar del disparatado juego al que se tienen que someter. Poco que ver con la literatura, mucho con el espectáculo.
No me olvido, entre otros, de algún premiado que no conoció nada de eso. Hablo de Ángel Vázquez, que ganó el premio demasiado tarde. Demasiado perseguido por las deudas, atrapado por el alcohol, oculto en su máscara y a poco tiempo de su prematura muerte. Eso sí, murió con menos deudas aunque para el entierro hubo que recurrir al "viejo Lara", al creador de los premios, para poder tener una cierta dignidad en el último, y como tantas veces en su vida, también casi secreto viaje. Un gran novelista que también pasó por el premio Planeta.
De Savater, y de Ángela Valvey, hablaremos otro día. Ahora me parecía un buen momento para recordar que este premio tan poco querido por muchos lectores, por los "lletraferits", también cumple su misión evangelizadora con los escritores. Saca a muchos de la precariedad y el anonimato. Aunque muchos de su nómina de ganadores no lo hayan merecido. Tengo que volver a mirar hacia atrás, hacia la historia del Planeta, sin ira. En realidad tengo que mirar casi todo sin ira. Incluso lo que me irrita tanto que… en fin, mejor me callo.