Jorge Eduardo Benavides
Tengo la impresión de que el mundo editorial es el que más tardíamente ha sido alcanzado por la revolución tecnológica que impactó a toda nuestra sociedad en los últimos tiempos. (Resulta paradigmático que mientras el hombre llegaba a la luna, la máquina de escribir seguía siendo básicamente la misma que el viejo Cristopher Latham Shole inventara en 1868…) Así, el mercado del libro parece haberse movido en estas últimas décadas con una lentitud de carretera comarcal, mientras que en otros ámbitos comerciales y sociales todo parecía transformarse gracias a un vertiginoso ancho de banda. Internet estaba allí, pero los editores, agentes, los libreros y los propios escritores no sabían muy bien qué hacer con ella… excepto enviar y recibir de vez en cuando manuscritos por correo electrónico. Se sospechaba que había un mercado editorial importante en la Red de redes, pero no se atisbaba exactamente cómo sacarle partido.
Todo el circuito económico del mundo editorial ha respondido con excesiva lentitud a los retos planteados por el cambio de nuestra sociedad, sin saber cómo mudarse de las moléculas a los bytes. Y los costos mientras tanto se iban abaratando, tan rápidamente como los canales de distribución y los nuevos mercados se iban abriendo aquí y allá. El resultado de ese abaratamiento y del empleo de las nuevas tecnologías en dicho medio es que, también en España e Hispanoamérica, en los últimos años han aparecido muchas pequeñas editoriales que empiezan a competir con las grandes casas de siempre y estas, a poco que se descuiden, van a tener los mismos problemas que tuvo IBM -el gigante azul que movía más dinero que algunos países latinoamericanos- cuando el jovencísimo Bill Gates lanzó su ofensiva informática desde el garaje de su casa y casi lo manda a la quiebra. (Alguna vez habrá que hablar de la relación entre los garajes norteamericanos y la innovación tecnológica!)
Las pequeñas editoriales parecen ser más flexibles y sus apuestas literarias más modestas: una ecuación que les permite poco a poco abrirse paso en un mercado que hasta hace nada parecía exclusivo de tres o cuatro grandes casas editoras. Los propios lectores parecen buscar sus lecturas con un criterio más específico, a menudo valorando el sello editorial: Ya saben que Ediciones El cólico metafísico publica novelas filosóficas y La Cabra thriller erótico, de manera que van a tiro hecho. A muchos escritores les interesa también una modesta editorial donde parecen no disolverse en el copioso catálogo de un sello inmenso, en el que a menudo corren el riesgo de pasar desapercibidos. Así, puede que sus libros lleguen al mismo número de lectores que publicando en una editorial más grande, pero su trato con el editor será más personal: habrá tiempo de editar, corregir, intercambiar opiniones sobre el proceso del libro sin las prisas industriales y comerciales que hoy en día son moneda de cambio en este negocio. Quizá en breve las pequeñas editoriales a ambos lados del Charco se unan para compartir o intercambiar catálogos de autores, para establecer una dinámica de trabajo que les permita posicionarse en nuevos mercados e incrementar su negocio, mientras que a los escritores les ofrecerá darse a conocer en otros países y otras regiones… sin olvidar por supuesto lo que significa publicar en Internet! Todo está por hacer, pero indudablemente, el mercado editorial empezará a cambiar, y el que más rápido vea hacia dónde se mueve éste, encontrará más pronto su espacio.