Xavier Velasco
VI. Huellas de huachinango
-¿Ostiones, amiguito? -al facilitador toda negociación exitosa le abre el apetito; no así a su acompañante, que sigue con náuseas. Hace ya varias horas que Segismundo Andersón aceptó su propuesta, pero aún no entiende al mundo mucho más que los tres infelices langostinos que malviven sus últimas horas en la pecera, al fondo del restaurante. Trae puesta la camisa con la que lo sacaron de Miami, todavía impregnada del olor del pescado que después se pasó la noche vomitando.
-Ni siquiera me has dicho cómo me trajeron. No tengo pasaporte. ¿Qué voy a hacer en México? Soy ilegal, no puedo ni valerme por mí mismo. Además, no me gusta esta ciudad. Viví aquí un par de años, los peores de mi vida.
-No sabías negociar, por eso te iba mal. Pero estás aprendiendo, rata suertuda. La mayoría no tiene esa oportunidad.
-Tenía diez años, no había casi nada que fuera negociable.
-¿Diez años, dices? Mala edad para un mal negociador. Seguro te vendiste barato desde el primer día. Enseñaste tu juego, amiguito. Creiste que un jodido par de cuatros te iba a sacar de pobre y toma, te encajaron un full de ases y reinas. Pero ahora es diferente. ¿No ves que estás de suerte, hijo mío?
Mauricio Morazán Dupont. Treinta y cinco años, noventa y cuatro kilos, un metro ochenta y uno. Ex periodista, ex policía, ex convicto, chantajista en funciones, ejecutivo a sueldo de clientes que tampoco juegan a los dados. Vino al mundo en el barrio santiaguino de Vitacura, durante la mañana en que fue derrocado Salvador Allende. Con un mes de nacido, voló junto a su madre hacia Estocolmo; un par de años más tarde los dos aterrizaron en la ciudad de México, acompañados por el hermano del padre, para entonces difunto y enterrado sabría Pinochet dónde. Ya con quince años, se enganchó a una banda de ladrones de partes automotrices. A los diecisiete ingresó en el Consejo Tutelar para Menores Infractores por su presunta responsabilidad en decenas de asaltos a mano armada. Años después caería tres veces en la cárcel por el mismo delito: fraude maquinado. Se cuenta que a las pocas horas de dejar el Consejo Tutelar, Mauricio Morazán prometió ante su madre moribunda que nunca más empuñaría una pistola. Nadie como él calcula todo lo que ha dejado de ganar por causa de esa limitación, pero todos estamos más o menos de acuerdo en que gracias a ella sigue vivo. En sus propias palabras, el facilitador Mauricio Morazán es "un comecaca que duerme tranquilo". Su papel predilecto: el policía bueno.
-Hazme un favor, Mauricio. Una cosa nomás. ¿Negociarías dos preguntas conmigo? -luego de un buen duchazo en la casa de Fuente de Venus, Segismundo ha empezado a recordar detalles. Se comería gustoso dos docenas de ostiones si no fuera por el olor a huachinango que no se le despega de la camisa. Por lo demás, es todavía mayor su apetito de información bien fresca.
-Dos preguntas, tal vez. Dos respuestas, no creo. ¿Qué me darías a cambio, por ejemplo?
-¿Qué más quieres, si ya estoy en tus manos?
-Échalas, pues. Si me gustan, puede que las responda. Si no, sería cosa de negociar.
-Una: ¿Quién era la mujer del cuadro de la sala? Dos: ¿No es la misma que conocí en Miami?
-¿La piernuda del cuadro? ¡Lotería! Ya te habías tardado, paparrín… -una sonrisa chueca se le escapa a Mauricio Morazán. El rictus del sabueso que recién agarró al sospechoso en flagrancia.