Xavier Velasco
III. La Historia me absorberá.
Segismundo Andersón nunca se distinguió por ingenioso, pero la idea del Fidelotto era suya. Más que como proyecto, lo había concebido como un exabrupto, en uno de esos raptos esporádicos cuando sus emociones consiguen imponerse sobre su proverbial serenidad. Ese es su lado flaco, y es en tal modo flaco que no queda uno solo entre sus amigos, y ni siquiera entre sus enemigos, que no esté al tanto de esa cojera. A Segismundo puede uno hablarle pestes de su madre, sin alterar por ello su talante ecuánime, pero hay un cierto tema en el cual ni su madre se atrevería a contradecirlo: el comandante Fidel Castro Ruz.
No es un odio ideológico el de Segismundo. A juzgar por la hiel que sus ojos transpiran no bien a algún incauto se le ocurre mencionar -peor aun, elogiar- a su némesis, se trata de otra raza de animosidad. Algo más animal, sanguíneo incluso, de lo que nadie que conozca esos arranques se atrevería a hablarle sin antes tomar la precaución vital de encañonarlo. Al facilitador Mauricio Morazán no le gusta tener que recurrir a estos extremos, pero las circunstancias son las circunstancias. Es un domingo lindo, visto a través del ventanal de la sala de la casa de Fuente de Venus, aunque no todo el mundo se da cuenta. Recién bañado, metido en una salida de baño cuando menos tres tallas inferior a la suya, Segismundo Andersón no consigue ver más allá de sus nubes. Morazán, a su vez, necesita explicarle por qué el patrón no sólo está muy lejos de haberlo estafado, sino que aparte le está dando un premio. Pero así es esto de la comunicación, hay cosas que la gente sólo entiende cuando le plantan un cuete en el coco. O hasta dos, por su bien.
-¿Sabes cuál es la chamba de un tipo como yo, Segismundo? -el facilitador prende un cigarro, jala el humo, exhala resignado sobre el rictus desconcertado del cautivo.
-¿Matarme? -lo tienen de rodillas, con la cabeza entre sendas pistolas.
-No te tires al drama, amiguito Andersón. Me vas a perdonar que te reciba así, pero es la única forma de que me oigas. Mi trabajo es facilitar las cosas. Lubricar el proceso, tú ya sabes. Eliminar fricciones innecesarias. Así que vamos a empezar por el principio. Repíteme ahora mismo la maldición que soltaste ese día.
-¿Qué día? -a Segismundo se le mira crispado, aunque también se nota que le tranquilizó encontrarse con Morazán, en lugar de Don Alex. Quizá la diferencia entre chuza y spare.
-El día del cumpleaños del patrón.
-No me acuerdo qué dije exactamente.
-Dilo de todas formas. Fue sobre Fidel Castro, ¿no es cierto?
-Me parece que dije -ahora Segismundo habla como si echara escupitajos, hay una rabia ciega desbordándosele- que si tuviera yo el dinero suficiente, echaría a andar una lotería para premiar al que le atine a la hora exacta de su puta muerte…
-Eso, su puta muerte. Así dijiste. Pero dijiste más…
-Se me ocurrió que de ese modo los apostadores se pelearían por matarlo.
-Brillante, Segismundo. Tú todavía crees que todo lo que hiciste fue inventar una pinche lotería clandestina, y si te tengo encañonado aquí por los señores -Morazán hace un guiño a los escoltas y se agacha a mirar de frente a Segismundo-, ya me escuchas, cabrón, es para que me entiendas que hiciste mucho más de lo que piensas. Pero eso es casi nada, si lo comparas con lo que vas a armar. Déjame que te explique: vamos a hacer Historia, Segismundo Andersón.
-¿No me vas a matar?
-Aquí no hay más matón que tú. Para eso te trajeron, amiguito.
-¿Matar yo? ¿Por dinero? -lo ha dicho titubeando, como quien se guarece de la estupefacción al amparo de la estupidez.
-No he hablado de dinero, aunque hay bastante. O sea que además te vamos a pagar, cuando tendrías que ser tú el que pagara.
-¿Yo? -Segismundo sonríe, hace un último esfuerzo por tomárselo a broma -¿Según tú pagaría yo por matar a quién?
-Al comandante Fidel Castro Ruz.