Javier Rioyo
No estoy tan seguro. Es posible que Baroja esté muy envejecido pero que su vejez me sea muy cercana y simpática. No tanto, que también, por compartir muchas de sus opiniones sino por lo vigoroso, atrevido, poco simulador y nada convencional de sus juicios.
Me acabo de tropezar- es el placer de recorrer las librerías de viejo, esta vez en las casetas de la Feria del Libro Antiguo de Vigo- con un libro de ensayos, de pensamientos dispersos del novelista que no conocía, se titula Chopin y Jorge Sand, aunque habla de muchas otras cosas: las novelas históricas, la imposible objetividad de la historia, los gamberros, los anarquistas, los sentimentales y los críticos, entre otros muchos otros asuntos.
Su repaso por la música, por los músicos merece que otro día nos acerquemos. Hoy, simplemente, quiero hacer un homenaje más a este escritor que quiso siempre ser él mismo al margen del entorno tan excesivo en que le tocó supervivir. El libro, ¡qué época!, es del casi inimaginable año 1941. Ser escritor en España, y no ser franquista, obligaba a ser, cuando menos, un disidente interior. Así fue en muchas ocasiones Baroja. Un disidente que tuvo que someterse a "lo que fuera costumbre". Un superviviente. Su verdad, en sus escritos.
No le gustan los efectismos, ni las monotonías e incongruencias de un músico de tanto éxito como Chopin. Le parece que comienza bien pero que en seguida decae. Se hace banal. Para Baroja, Chopin tiene éxito porque es un maestro de lo artificial.
Habla, cómo no, de su famoso romance con Jorge Sand, una escritora a la que considera superior en su arte que a Chopin en el suyo. Una vez más, Baroja contracorriente. Tan desmitificador. Y desde luego demoledor con el famoso y romántico encuentro de músico y escritora en aquel invierno en Mallorca.
Dice Baroja: "La conquista amorosa del músico no debió ser grande, porque la escritora había pasado por muchas manos y rodado por todos los caminos. Era, además, una mujerona gorda, cetrina, poco atractiva, ya talluda y con furor erótico, como él era un hombre desquiciado, de genio insoportable".
No creo que vuelva a leer a Jorge Sand. Prefiero volver a Baroja que entretiene más, y reflexiona mejor. Y no dejaré de leer a Jorge Sand por esa imagen de matrona, respetable, gorda, mandona y con bigote- imagen que antes había escrito Dickens- sino por el recuerdo de un amaneramiento que me aburre. No me importa que físicamente fuera como la retratan estos dos enormes novelistas.
Sí, volveré a Chopin, aunque ya no me libraré de pensar en lo artificioso. Un bonito artificio. Un entretenimiento. No siempre podemos estar en Bach.