Jorge Eduardo Benavides
Nada parece generar más enardecimiento entre los escritores que las reseñas de sus libros que aparecen en semanarios, suplementos culturales y publicaciones de esa estirpe. Si la crítica es elogiosa suele leerse y releerse con delectación y una minucia hermenéutica rayana en lo paranoide (un amigo mío, también escritor, es capaz de glosar párrafos completos de algunos artículos aparecidos sobre sus novelas). Si es negativa, se borra de un plumazo lo que diga el crítico porque damos por supuesto que no sabe de lo que habla. ¡Faltaría más! Está bien, qué le vamos a ser, si así de frágil puede resultar el ego de un escritor. Creo que hay que tomarse las reseñas, las críticas y los comentarios con saludable distancia para sobrevivir. Sobre todo porque las críticas positivas no suelen aportar nada valioso (nada, en realidad) sobre nuestro próximo trabajo y las críticas negativas… más de lo mismo: el libro, el cuento, la novela, ya están hechos y a otra cosa, porque los comentarios críticos son siempre a toro pasado. Para el lector no, para el lector una buena reseña orientativa y valorativa pueden resultar un elemento preciado que le ayude a espigar sus lecturas, que le ilumine ciertos aspectos de lo que lee -o va a leer- y que de otra manera podrían resultar abstrusos…
No digo que lograr esta distancia con respecto a la crítica sea así de fácil para el escritor, pero creo que por pura estrategia de supervivencia, para que la vida no se le vuelva a uno un carrusel de violentos vaivenes emocionales, hay que intentarlo. Además, salvo muy dignas excepciones, últimamente percibo en los medios españoles e hispanoamericanos que han prosperado dos grandes corrientes de reseñistas a los que me gusta llamar los cítricos y los crípticos. Creo que no es necesario extenderse demasiado en la explicación pues su propio nombre lo dice todo: los primeros hacen de la mordacidad, la quemazón y el sarcasmo su moneda de cambio. A los crípticos, tan ansiosos por demostrar su aplastante erudición, apenas si se les entiende mientras sintagma a sintagma, van levantando el promontorio desde donde observan con desdén lo que ocurre a sus pies. Pero insisto: por fortuna quedan los buenos críticos, honestos e inteligentes. Legibles.