Xavier Velasco
II. Pelota, pelotudo, pelotón.
A lo largo de la noche de treinta y seis horas que lo condujo del ardiente atardecer del viernes a la fresca mañana del domingo, Segismundo Andersón viajaría asimismo de su departamento en Biscayne Boulevard a la calle de Fuente de Venus, en la ciudad de México. Todavía recuerda, con náuseas recurrentes, sus primeros minutos de lucidez. Había entrado al país en calidad de bulto, sin documento ni consciencia algunos, abordo de algún vuelo en extremo privado que lo depositó en un aeródromo a pocos kilómetros de Monclova, dentro de la cajuela de un Ford Cougar modelo 1994, a nombre de Alejandro María Zarur Medinacelli.
Para su no del todo mala suerte, volvió en sí casi al final del viaje, martirizado por las curvas de Tecamachalco. Traía la cabeza envuelta en una bolsa de tela azul marino con dos cordones atados al cuello y la marca Bonanza impresa en letras blancas; las manos amarradas a los pies y una maldita bola de boliche dando tumbos de rincón a rincón de la cajuela. Sabe, por el olor y la piel pegajosa, que vomitó con la capucha puesta. Está mareado, suda; no descarta la idea de vomitar de nuevo. Tampoco le molesta, ni le sorprende. A estas profundidades, reconoce, cualquier signo de vida ya es ganancia.
La pelota no está allí porque sí. Su dueño, bolichista porteño con cierto renombre en la comunidad latina de Miami, tiene la fama de haber hecho chuza con la cabeza de más de un ingrato. Corrección: más de diez. Viajar en la cajuela de un Cougar 94 con una bola de boliche por compañía -la firma del patrón- supone dos probables destinos: la chuza o el spare. Durante las dos horas que transcurren sin otra novedad al interior de la cajuela del Cougar, estacionado ya en la casa de Fuente de Venus, Segismundo descarta la idea de la chuza. No traicionó a Don Alex, sólo quería saber cómo iba en el caballo. Por otra parte, hay que ver el orgullo que le causa al argentino, conocido también como Cachalote, contar que sus rivales lo apodan Mister 300. Algunos en inglés, otros en español. ¿Qué bolichista no envidiaría un sobrenombre así? "¿Se echó diez chuzas, jefe?", intentan adularlo sus yes-men, y el jefe se complace en explicar que un marcador perfecto, un trescientos redondo, se arma con doce chuzas, ni una menos. Tampoco un solo spare.
Lo bajan a jalones, como a un costal de papas. Lo echan al suelo, le desatan los pies, le quitan la capucha. Está tendido sobre un piso de mosaico, a medio metro de la puerta de un baño. Deben de ser los cuartos de servicio. Nadie habla, excepto Segismundo, que por segunda vez pregunta a quién van a ir a ver. Eso también le han dicho, nadie más que Don Alex hace chuzas de sesos. Strike, el mazazo. Spare, el perdón. Quien metió doce chuzas al hilo no conoce el perdón. Pensando justo en eso, Segismundo Andersón se desmaya otra vez.