Javier Rioyo
¡Qué difícil! Tiene que hacer un regalo, tiene que quedar muy bien y además no ser previsible. Por supuesto no puede ser algo vulgar, fácil ni ostentoso. Sin embargo es muy necesario que sea un regalo notable. Está invitado a una fiesta donde su vida puede cambiar. Su ex mujer, esa que se fue hace cinco años a comprar tabaco y no había vuelto a dar señales de vida, esa por la que penó, por la que se metió en una depresión de la que todavía no ha regresado del todo, esa, a la que naturalmente debería haber olvidado. Precisamente esa le invita a una fiesta, a una cena donde es el invitado sorpresa. La estrella de los invitados. ¿Qué hace nuestro amigo? Compra una botella del mejor vino posible, el mítico Margaux del 64. Un vino que pocos mortales, millonarios gustosos aparte, tienen la posibilidad de disfrutar alguna vez en su vida.
Con esa botella sabe que triunfará. Ha invertido más dinero en el vino que lo que cada mes tiene que pagar de alquiler. No importa, ese vino cambiará su destino. Su enamorada de antaño volverá a sus noches y sus días.
Pues no pasa nada de eso. La festejada, la famosa artista Sophie Calle, tiene la costumbre de nunca desenvolver sus regalos. Simplemente los fotografía, almacena y después hace una exposición. Arte conceptual. Fracaso absoluto de regalo. No les contaré más. Es la historia de una deliciosa novela que se coló entre mis lecturas de verano. Es breve, intensa, inteligente. Comienza en el día que murió Michel Leiris. Invita a beber ese vino o, seamos patriotas, un Vega Sicilia del muy querido año 64. También la novela nos lleva por las lecturas del Ulises o Mrs. Dalloway. Es una delicia de bolsillo de poco más de ciento veinte páginas. El autor se llama Gregoire Boullier. Y la novela, El invitado sorpresa. Entre otras navegaciones mentales llevo horas pensando cuál sería para mí el regalo ideal. El vino no está mal. ¿Los habrá mejores?
Un libro inteligente sobre nosotros. "Somos humanos, tenemos el corazón roto, somos tristes y alegres en nuestra desesperación; sin embargo, no perdemos la esperanza y creemos en los milagros". Algunos de nosotros no somos franceses. Y también pensamos que el milagro puede estar escondido en una botella de vino.