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El vicio de la virtud / V

Por 1 de agosto de 2008 Sin comentarios

Xavier Velasco

V. Déjenme destemplar.

Según creo recordar, para templar una pieza de acero es necesario someterla a los rigores del soplete durante el tiempo suficiente para hacerla alcanzar el rojo naranja. Ahora bien, si me daba por volver a lijarla, tenía que templarla una vez más. Esto último lo supe demasiado tarde, cuando ya había vuelto a lijar el cincel y no me daba más la gana lijarlo. "No sirve ese cincel", opinó el profesor que impartía la materia de Estructuras Metálicas. Teóricamente, al menos, un cincel destemplado se quiebra con el primer martillazo.

     En numerosas cárceles, los recién encerrados son objeto de absurdos excesos disciplinarios, como obligarlos a levantarse aún de madrugada sólo para tenerlos las dos próximas horas alineados de pie. Porque sí. Más aún, ¿por qué no? Antes de que el espíritu consiga despertarse del pasmo del arresto, se le somete a una horma humillatoria tan innecesaria como instructiva. Doblegar al espíritu, y de hecho pisotearlo, es también una forma de darle temple. Romperle la inocencia, desmantelar su noción de justicia, minar cada cimiento de sus certezas. Devolver a la infancia al destemplado y templarlo otra vez, igual que a un niño.

     Soporta uno que los otros le tiemplen cuando ya sabe cómo volver a destemplarse. Una vez adquiridos temple y destemple, se espera que arribemos a ese a ese estado pastoso de la hemoglobina conocido también como templanza. Que abdiquemos al reino de los sentidos en nombre del imperio del raciocinio. Nada que no se sepa aparentar, luego de tantos íntimos desfiguros concebidos a espaldas del soplete. Tal vez la auténtica templanza, o cuando menos la que luce posible, tiene que ver con tal ductilidad, aprendida en aquellos años raros cuando el rojo naranja parecía el color común al mundo.

     Los alcances concretos de una virtud son inversamente proporcionales a sus propiedades cosméticas. En términos estrictos, la virtud sobrevive sólo mientras consigue conservarse secreta. ¿Quién tiene la templanza suficiente para contener la lujuria tenaz del amor propio? Las virtudes, si existen, deben tener el mérito de los vampiros, cuya imagen primero se desvanece antes que reflejarse en un espejo. Y pasa que por más que abro los ojos no logro ver virtudes transparentes, sino prácticos biombos al servicio del vicio.

     Atención, anticuarios: vendo lote secreto de vicios destemplados. Meritorios, absténganse.

 

 Próximo lunes: FLOR DE LOTTO. Una ficción de verano.

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Xavier Velasco

Xavier Velasco entiende la novela como un juego inocente llevado por placer hasta sus más atroces consecuencias. Sintomáticamente, dedica las mañanas a meterse en problemas por escrito y las tardes a intentar resolverlos brujuleando entre calles y avenidas de la siempre auspiciosa ciudad de México. Disfruta especialmente de la amistad perruna, el olor de la tinta y el alquiler de scooters en ciudades psicóticas. Obtuvo en 2003 el Premio Alfaguara de Novela por Diablo Guardián y es autor de Cecilia (novela), Luna llena en las rocas (crónicas de antronautas y licántropos, Alfaguara, 2005), El materialismo histérico (fábulas cutrefactas de avidez y revancha, Alfaguara, 2004) y la novela de infancia Este que ves (Alfaguara, 2007). En su blog literario La leonina faena (www.xaviervelasco.com) afirma: "Nadie puede decir que una novela es suya si antes no se le ha dado por entero".

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