Javier Rioyo
Ciertamente que Buscarini, Armando Buscarini, nos cae muy bien. Sobre todo si no hablamos del escritor, si tuviéramos que hablar de sus poemas, de su ficción biográfica, "El arte de pasar hambre", o de su correspondencia -esa vergonzante manera de humillarse para supervivir- el juicio sería una mezcla de burla y sorpresa. No se pueden tomar muy seriamente los escritos de este buen hombre alucinado, vanidoso, bohemio, pesado, desdichado, buenazo, paranoico y otras cualidades que adornan la vida y obra de este Antonio García Barrios que vivió entre la fatalidad, la locura y finalmente en el olvido de los hospitales psiquiátricos. Nos cae bien. Es un personaje más trágico que cómico y eso nos produce ternura. Por haber vuelto a su pueblo natal, por haber estado en Ezcaray he vuelto a pensar en él pobre destino de esos que sin talento, sin razón, ni sentido, se empeñan en vivir de sus poemas, de sus cuentos. No lo tuvo fácil. Seguramente algunos de su misma incapacidad tuvieron suerte distinta.
Me gusta que una pequeña, empeñada y bonita editorial de bolsillo, rescate su nombre. Incluso su obra. Todo se puede leer desde otra óptica. Y al final, gracias a los hermanos Martín, hemos conocido casi la obra completa de este olvidado de nuestra literatura maldita. No consiguió como pretendió en vida que Alfonso XIII, el Estado, le hiciera una "edición soberana" de su obra. Tampoco que a su muerte todos los escritores guardaran cinco años de luto. Nadie se enteró de su solitaria muerte en un manicomio de Logroño en 1940, después de una guerra de la que ni siquiera se enteró. "Ángel del arroyo" le llamó Juan Manuel de Prada, no tan angelical, pero sí inocente poeta que vivirá sin haber dejado de ser un mediocre artista del hambre. Ahora, además de la editorial con su nombre -muy interesante ese librito a tres manos Las musas de Roschach– tenemos publicados sus poemas (in) completos: ‘Orgullo’.
De un libro juvenil, aquí copio algunos versos:
"Yo soy un triste joven de ardiente sed carnal / porque como a Verlaine me devora ese mal / y busco en los burdeles sediento de lujuria/ las mujeres que calmen mi afrodisíaca furia: / esas mujeres propias mártires de sus vidas, / que tienen cadavéricos semblantes suicidas. / Y encuentro en las caricias de esas pobres rameras / como un florecimiento de muertas primaveras…"
Siguió escribiendo, no mejoró, pero nunca perdió la fe en sí mismo. Si le hubiéramos conocido creo que también estaríamos en la lista de los sableados, de aquellos que compraron sus poemas de venta en la calle o de esos otros que pagaron sus intentos de dejar de ser un artista del hambre.