Marcelo Figueras
La pregunta surgió leyendo una entrevista a Fito Páez en la Rolling Stone local. Hablando de Buenos Aires, Páez la define como "el gran laboratorio argentino", y al mismo tiempo admite que hoy no tenemos capacidad de ‘leer’ a esta enorme ciudad: "La perdimos", dice. Para ejemplificar el estado actual de las cosas acude a pruebas irrefutables. Señala que es la ciudad que consagró a Mauricio Macri como intendente, un hombre que dijo haber leido "una novela de Borges", cuando todo el mundo sabe que Borges no escribió nunca una novela. Agrega que es la ciudad que dio su voto mayoritario para consagrar Presidente de la Nación a Lilita Carrió, o sea la Papisa Elisa, protagonista de la más formidable voltereta ideológica en menos de cinco años, mediante la cual pasó del bando progresista a representar lo más retrógrado -en materia económica y política y social, y en su alianza sin condiciones con la jerarquía de la Iglesia católica- que existe hoy en la Argentina. Más datos que menciona Fito: "Música popular de los 80: Yendo de la cama al living", uno de los grandes discos de Charly García. "Música popular hoy: Arjona… Arjona no hace treinta y cuatro Luna Parks en ningún lado del mundo, loco. ¿Qué pasa? ¿Se han vuelto todos locos? ¿Cómo puede ser? ¿De Yendo de la cama al living a esto? ¿Qué pasó en el medio?"
Las preguntas de Fito son retóricas, pero prefiero pecar de obvio a dejar pasar una oportunidad para pensar. ¿Qué nos pasó? Pasó la dictadura, con su carga de oscurantismo y de miedo y su profunda herida psicológica. (Nadie que haya celebrado el Mundial de fútbol 78 y el fraude de Malvinas en el 82 puede decirse inocente, o virgen de algún grado de locura.) Pasó la decepción de la democracia alfonsinista, que perdonó a todos los criminales y nos mandó a todos a casa deseándonos felices pascuas. Pasaron los 90, que en términos de la banda Divididos sería apropiado denominar la era de la boludez, si no fuese porque al tiempo que los habitantes de Buenos Aires veraneaban en Miami, Menem devastaba el país e hipotecaba la vida de las próximas generaciones. (El mismo Menem que, dicho sea de paso, decía haber leido las obras de Sócrates, aun cuando todos sabemos que Sócrates no escribió obra alguna.)
Pasó la Argentina de la desnutrición, como resultaba inevitable. Pasó el escándalo de las coimas en el Senado y la represión con que De La Rúa se despidió de la presidencia, dejando treinta y uno muertos en su estela. Pasó el vacío de poder, los seis Presidentes en cuestión de días. Pasó el asesinato de Kosteki y Santillán a manos de policías represores. Pasaron los piqueteros originales, que motivaron la primera reacción racista de la clase media porteña en muchos años -la primera de muchas. Pasó Blumberg, que dio letra a lo peor de la clase política -con el apoyo, otra vez, de la clase media local- para pedir bala contra los delincuentes y convertir a todo el morochaje en sospechoso del crimen de portación de cara. Pasó la concentración de los medios (TV abierta, cable, diarios, radios) en manos de unos pocos -oriundos de Buenos Aires, por supuesto. Pasaron los cacerolazos de la "gente como uno", en apoyo de los millonarios del campo y desmedro de un gobierno que se atrevió a plantear la redistribución de la riqueza.
¿Hacen falta más pruebas? Con este derrotero, ¿quién puede sorprenderse por el triunfo de Macri y el prestigio de Carrió, o por el hecho de que Charly García, uno de los mayores artistas de Buenos Aires, esté hoy internado en un neuropsiquiátrico?
En semejante contexto, tampoco sorprende el hecho de que en los últimos años no hayan surgido nuevos músicos populares del nivel de García, Spinetta y Páez, ni cineastas a la altura de Leonardo Favio, ni escritores a la par de Borges y Cortázar. Como si eso fuera poco, nuestra TV ha conseguido el extraño mérito de competir en el ranking de las más lamentables del planeta.
Retomando la idea de Fito: Buenos Aires ha sido el laboratorio de los peores experimentos sociales y políticos de las últimas décadas. Y en este presente falaz, gobernada por el señor que tiene el privilegio de haber leido una novela de Borges, dominada por medios que ni siquiera disimulan sus intereses porque nadie se los cuestiona (en la peculiar ética de buena parte de los porteños, ser rico equivale a ser bueno) y con las calles tomadas por las señoras de las cacerolas importadas y el lenguaje soez, la pregunta más angustiante no es qué nos pasa, sino más bien: ¿qué nos va a pasar?