Xavier Velasco
1. La de invitados. La verdadera gracia no es figurar en una de sus páginas, sino aceptar el reto de verse excluido de ella y entrar de todas formas al evento. Según recuerdo, y pocas de esas cosas alguna vez se olvidan, los mejores festines siempre fueron aquellos a los que uno llegó sin boleto.
2. La de espera. Mal lugar para pesimistas y desesperables. Desde el momento mismo en que acepta mirarse allí enumerado, queda uno sometido a reglamentos nunca escritos cuya elasticidad no puede controlar. Saber que está uno en-lista-de-espera es recibir la bienvenida a un limbo que bien puede hacerse purgatorio. No se entiende por qué no hay todavía una lista especial para los impacientes.
3. La de buenos propósitos. Sólo quien es dos veces ingenuo se aventura a ponerla por escrito. ¿Qué es un contrato, al fin, sino un conjunto de buenos propósitos? En su modalidad puramente verbal, estas listas son verdaderos cañonazos de anticuerpos contra el complejo de culpa. Lo más satisfactorio no es cumplirlas, sino dejar bien claras las buenas intenciones.
4. La de granujas. Escribe estas palabras un delator frustrado. Nunca, durante los años escolares, logré que un profesor me pidiera apuntar a los malportados. Suponían, tal vez, que un cliente frecuente de esas listas tendría cuentas pendientes con sus acusadores, y ello habría equivalido a apuntar al noventa por ciento de los compañeros. ¿Quién habría creído, además, en una lista de granujas sin mí?
5. La de agravios. Quienes sufren despecho gustan de releerlas cada día, para evitar así llamarle al ser odiado y ponerse a sus pies, como quisieran. Esto, no obstante, deja entre las membranas emocionales un sedimento al que podría llamarse cáncer sentimental, más una larga y agria sed de revancha. De ahí al sarcoma físico median, quizá, no muchas relecturas.
6. La de deseos (a.k.a. wishlist). Muy rara vez termino comprando un objeto que duerme entre mi wishlist. La realidad es que los pongo allí como una forma de no comprarlos, así como otros logran dormir tranquilos luego de hacer la lista de pendientes que de cualquier manera no van a atender. Los caprichos no son cosa de juego: hay que cumplirlos pronto, u olvidarlos.
7. La de sospechosos. Siempre que se me ocurre matar a un cristiano, dejo el trabajo en manos de un personaje. Ser narrador es la única coartada que lo libra a uno de toda sospecha. Si acaso me preguntan, los asesinos son los lectores.
8. La de amigos. La llevé de los nueve a los doce años, hasta que ya no pude con los constantes altibajos. Intempestivamente sucedía que quien era el primer lugar de hoy despertaba mañana fuera de la lista, y al cabo ya la única razón para llevarla era creer que había lo que más faltaba.
9. La de amores difuntos. Solamente las almas malamadas se atreven a atacar un sagrado sepulcro para calmar su sed de pasiones. Hay quienes aconsejan quedar siempre a deber un buen dinero, de manera que cualquier esperanza de reconciliación se revele de entrada incosteable.
10. La negra. Es un halago figurar en ellas, en la medida que uno tenga vacía la propia (para más datos, remitirse al número 5). Alguna vez, poco antes de su muerte, Parménides García Saldaña me dio la bienvenida a la literatura a través de un kōan que aquel día juzgué intimidatorio: "¿Tú qué preferirías, estar en la lista negra del Playboy, o en la de los que están en la lista negra del Playboy?". Aun sin una respuesta satisfactoria, pienso que si yo fuera Hugh Hefner, difícilmente me quedaría tiempo para llevar cualquier clase de lista. Y negra menos, claro.