Clara Sánchez
Escrito el 18 de abril.
Me dirijo a Vitoria-Gasteiz para dar una conferencia en el Palacio de Villa Suso. El viaje en tren dura casi más que mi estancia en la ciudad. Es un Intercity que cruza durante toda una mañana campos verdes rebosantes de melancolía, lo que me pone tristona y a la vez feliz. Me olvido de todo, ahora mismo sólo existen las nubes negras del cielo y tejados aplastados por el agua. Cuando llego a Vitoria hace frío y viento, pero menos que hace un rato, según me cuentan, el suelo está encharcado. ¿Qué me espera en esta ciudad? Hace tiempo unos amigos me invitaban de vez en cuando a un pueblo llamado Subijana, y de Vitoria pasaba de largo, pero hoy estoy aquí. Conoceré a lectores que nunca he visto antes, tal vez me lleve algún amigo de vuelta. Por lo pronto, se trata de un lugar donde van a levantar una estatua a un escritor vivo, Ken Follet. Tal vez algún día también se la levanten a Iker Jiménez (Cuarto Milenio en la Cuatro), hijo de la ciudad, y ¿por qué no? a algún lector.
Y ésta fue la maravillosa sorpresa que me esperaba en Vitoria: mi encuentro con Mónica Pardo, una de las lectoras más voraces que he conocido. Su entusiasmo, su necesidad del libro merecen un auténtico monumento. Mónica no quiere perderse nada y no es de los que dejan la lectura en cuanto no les atrapa suficientemente, justificándose con eso de que el tiempo es muy valioso. Ella siempre le da una oportunidad a la novela, para no quedarse con la cosilla -dice- de perderse algo bueno que puede que esté más adelante. De vuelta a casa, pienso que Mónica nos dio una lección a todos de amor a la lectura, hasta el punto de confesarme que cuando los fines de semana no puede leerse los suplementos literarios sufre porque siente que ya no está completamente al día y que tal vez se le escape algo extraordinario.
¿A que Mónica es emocionante? Su naturalidad y ganas por lo que la vida le ofrece. ¡Ah! y encima le queda tiempo para escribir un blog de cocina: milcoloresmil.com. No se lo pierdan.
Ya casi no me queda espacio para dar las gracias a mi anfitrión, Josemi Beltrán, y a mi presentadora, la joven y lúcida periodista Elena Zudaire. Hasta otra.