Marcelo Figueras
Piglia es un sobreviviente de la generación que fue blanco de los genocidas. Como tal está habituado a comunicar entre líneas, a narrar en código. En plena dictadura Respiración artificial se planteaba la posibilidad de narrar el horror, pero como remitía a Kafka no fue objeto de censura ni de represión. (Si los genocidas hubiesen conocido a Kafka, se habrían cuidado de bautizar a su gobierno como ‘el Proceso’.) Tratándose además de un estudioso de conspiradores como Borges y Arlt, la estratagema es para Piglia el más natural de los recursos. Piglia dice que Borges presume una cosa cuando pretende otra, elogiando a Mallea pero creando a partir de Lugones. Piglia dice que Los siete locos es la novela de Erdosain pero también la novela oculta del Astrólogo, cuyo proyecto consiste en "construir una ficción que actúe y produzca efectos en la realidad".
Borges instaura desde su relato Pierre Menard, autor del Quijote una estética del doblez, del mensaje cifrado dentro del texto, al estilo de La carta robada de Edgar Allan Poe. ¿Quién es Menard a simple vista -a simple lectura? Un escritor francés, autor de una obra francamente menor. Para que no queden dudas de su intrascendencia, el cuento incluye una lista completa de sus trabajos: sonetos, monografías y prefacios, muchos de los cuales admiten dos versiones. Hay un artículo que propone una variación al juego de ajedrez para terminar rechazándola. Hay una invectiva contra Paul Valéry que en realidad es "el reverso exacto de su verdadera opinión sobre Valéry". El hombre, se insinúa desde el vamos, tiene esta rara manía de decir una cosa cuando cree lo contrario.
Pero Menard también habría escrito una obra que el narrador define como "subterránea, interminablemente heroica, la impar". ¿Y en qué consistiría? En la escritura, idéntica palabra a palabra, de dos capítulos del Quijote y del fragmento de un tercero. Según el exégeta que escribe el texto con tono académico, aquellos que sostienen que Menard, hombre del siglo XX, dedicó su vida a escribir un Quijote contemporáneo, "calumnian su clara memoria". (Hasta el lenguaje está usado para despistar: si la memoria de Menard merece un adjetivo, sería el opuesto a clara. Menard es un enigma, vivió escribiendo cuadernos que se tomaba el trabajo de destruir.)
¿Quién sería Pierre Menard en realidad? El primer escritor de esta triste modernidad que habitamos. (El hecho de que Borges lo haya pensado francés es un detalle más en la construcción de la broma, como si hubiese intuido que causaría más estragos entre los porteños viniendo de París que de Bogotá o del DF.) Menard es un farsante, no por el hecho de haber fracasado en su intención de escribir una obra tan grande como el Quijote, sino porque pretende -y el narrador de Menard, declarado amigote suyo, sigue su juego – que ese fracaso es en realidad su triunfo.
¿Y qué sería, entonces, el relato Pierre Menard, autor del Quijote? El modelo en que se basaron todos los críticos desde 1941 para tratar de demostrar que el bodrio escrito por su amigo es una genialidad. Ah, ¡cuántos seudo-Menards leímos desde entonces! Lo único claro en el texto es que a Menard no hay que creerle nada. El narrador insiste en el punto, Menard tenía el "hábito resignado o irónico de propagar ideas que eran el estricto reverso de las preferidas por él".
¿Se puede creer en algo de lo que el relato dice? Están las referencias al trabajo infatigable al que Menard consagró su vida, desde el estudio del idioma español del siglo diecisiete a las miles de páginas que corregía para después desgarrar o quemar. Nadie escribe tanto para terminar legando a la posteridad dos capítulos y fracción idénticos a otros de Cervantes. Lo que Menard el relato esconde entre la ironía es el reconocimiento de la necesidad de escribir una obra heroica e impar. No es casualidad que el narrador pierda su flema cuando defiende a Menard de la calumnia. Aceptar que quiso escribir un Quijote contemporáneo -se cuenta que trató de ‘ser’ Cervantes pero en vano, y que después pretendió "llegar al Quijote a través de las experiencias de Pierre Menard" con el mismo, nulo resultado- sería asumir que fracasó. Si en cambio se afirma que sólo aspiró a copiar -perdón, a ‘escribir’- dos capítulos y medio, se puede defender su obra como un triunfo.
Al reivindicar la genialidad de Menard, queriéndolo o no -yo creo que lo hizo adrede, Borges era un perverso-, el narrador convence a la gilada de imitarlo. Y la gilada lo sigue, lo ha seguido desde entonces en una carrera con destino en el fondo del abismo. Lo que queda flotando una vez disipada la polvareda es el mandato al que Menard consagró su vida, más allá del fracaso puntual: se trata de construir una obra interminablemente heroica, impar. ¿Deberíamos entender como casualidad que el cuento que sigue a Menard en el libro Ficciones sea Las ruinas circulares, donde alguien -otro Menard, acaso más exitoso- se dedica a soñar a un hombre "con integridad minuciosa", para "imponerlo a la realidad"? Ese es el proyecto último, en ambos relatos: crear una ficción tan perfecta que adquiera vida propia.
Estamos nuevamente en el territorio del Astrólogo. La única intención que debe animar al narrador, al hostigador profesional, al subversivo, es la de "construir una ficción que actúe y produzca efectos en la realidad".
(Continuará.)