Clara Sánchez
Puede que tuviera todas estas sensaciones comprimidas en un milímetro de la cabeza cuando el anillo se coló en la novela. Porque un anillo o cualquier objeto sólo puede desprender auténtica magia en la infancia o en una página. La magia viene envuelta en inocencia o en palabras, fuera de esto es una impostura. Por eso los anillos de verdad pueden parecer más o menos bonitos, más o menos valiosos, pero son los de las leyendas, los intangibles, los que encierran el poder de nuestros deseos. Como el anillo del rey Salomón, del que se dice que tenía la facultad de dotar al que lo poseía de capacidad para comprender el lenguaje de las aves, de los peces y de todo el reino animal y que parece ser que se guarda en el Arca de la Alianza.
A partir de aquí uno no tiene más remedio que imaginárselo como un anillo bastante impresionante, aunque lo realmente fascinante es que a través de algo tan simple se exprese la intención humana de comunicarnos con el resto de seres vivos y el reconocimiento de nuestra incapacidad para lograrlo a no ser por un acto sobrenatural.