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No hay nueva guerra fría

Por 3 de marzo de 2008 Sin comentarios

Andrés Ortega

Ni con Putin ni con Medvédev estamos ante una nueva guerra fría. Sí ante una recuperación rápida -una década antes de lo esperado por EE UU y Europa-, de Rusia como potencia que compite por influencia. Putin y su sistema autoritario se han hecho populares entre otras razones porque han impuesto orden y recuperado la economía. Gorbachov presidió la desmembración de la URSS y del imperio y Yelstin sumió a Rusia en el caos y permitió su pillaje por parte de los oligarcas(que recuerdan a los robber barons del siglo XIX en EE UU), y por el propio Putin y sus amigos, entre otros.

· Ideología. Rusia no exporta ya ideología como en tiempos de la Unión Soviética. Defiende intereses nacionales. A veces de forma cruda e inaceptable (cuando usa el gas y petróleo para influir sobre sus vecinos). Por ejemplo,el baile de influencias entre Rusia y EE UU en torno a India indica que aún hay una dimensión de competencia.

· No da la talla. Putin ha sabido hacer uso del nacionalismo para reanimar a un pueblo que se sentía humillado. Pero respecto a la URSS, Rusia ha perdido una gran parte de sus territorios, riquezas naturales y población. Ésta, en la federación, se ha ido reduciendo en un 0,6% al año, de 148 millones en 1992 y hasta 141 en la actualidad (aunque hay signos de recuperación), con una clase media que se calcula en tan sólo unos 10 millones de habitantes, menos del 10%, insuficiente para asentar una democracia. Así no cabe ser una superpotencia, aunque sí aspire al estatus de gran potencia.

· Economía. El crecimiento del PIB, de un 80% en los últimos nueve años, deriva esencialmente del alto precio de los combustibles que exporta y sobre los que ha recuperado el control del Estado a través del dominio de Gazprom y otras empresas. Pero no lo ha malgastado tanto como Chávez. Ha puesto de lado una parte importante para el futuro y empieza a invertir, por ejemplo, en nanotecnología (una de las obsesiones de Dimitri Medvédev) o aviónica de punta, además de en la UE, cuando le dejan.

· Falta de democracia. A diferencia de otros países, no ha habido ninguna revolución en Rusia. Perdió territorios y el régimen del partido comunista  se desmoronó. Pero no ha pasado de un partido único a otro. Rusia Unida no es un elemento estructurador como lo fuera el PCUS. Este vacío lo ha llenado el KGB (hoy FSB) que nunca lo abandonó y se ha convertido en una especie de ENA (la Escuela Nacional de Administración francesa) rusa, pero con una cultura y unos métodos absolutamente reprobables. El discurso occidental sobre la democratización no acaba de calar en un país ajeno a esta tradición (pensar que la hubo con Yeltsin es un espejismo, aunque hubiera, sí, más libertades). Muchos rusos, con otras prioridades existenciales pasan de política, y es algo de lo que el sistema putiniano autoritario se ha beneficiado. Tampoco hay separación real de poderes y estas elecciones, y el nuevo reparto de competencias que seguirá, han tenido mucho de farsa. Pero incluso Gorbachov, ahora socialdemócrata, consideró recientemente, recordémoslo, que ante el caos de los 90, "un líder responsable tenía que dar algunos pasos de naturaleza autoritaria, aunque algunos eran evitables". Lo que no quita para que los europeos no deban levantar la guardia ni dejar que se socaven sus instituciones, como el Consejo de Europa, al que pertenece Rusia.

· Imagen de la UE. Es comprensible que la OTAN, la gran organización enemiga durante la guerra fría, tenga mala imagen en Rusia, más aún cuando se ha ampliado en contra de Moscú, aunque de da un cierto grado de cooperación real. Lo es menos que la UE (ampliada al Este) sea percibida por una mayoría de los rusos como una amenaza.

· Rearme y seguridad. En materia del Tratado CFE de Fuerzas Convencionales en Europa o de sistemas antimisiles americanos, una buena parte de razón ampara a Rusia que ve como EE UU ha desmantelado la estructura de estabilidad de la guerra fría que reposaba sobre el Tratado ABM que limitaba las defensas, denunciado por la Administración Bush. Rusia está modernizando su arsenal militar y es aún el único país cuyas armas nucleares pueden suponer una amenaza para unos Estados Unidos que se sintieron ganadores de la guerra fría y han hecho lo posible para que no se vuelva a repetir una situación como aquella. Pero Rusia es necesaria para tratar con Irán, para Afganistán, y para otras cuestiones que interesan a Occidente. Habrá problemas, claro, como frente a Kosovo. Pero son de otro tipo.

 Publicado en El País, 3 de marzo de 2008

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Andrés Ortega

Andrés Ortega Klein nació en Madrid en 1954. Es hijo de español (José Ortega Spottorno fundador de Alianza Editorial y de El País e hijo a su vez de José Ortega y Gasset) y francesa (Simone Ortega, autora de 1.080 recetas de cocina). Estudió bachillerato francés en Madrid, se licenció en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense y posteriormente realizó un Master en Relaciones Internacionales en la London School of Economic (LSE) con una beca de la Fundación March. En Londres inició su carrera periodística como corresponsal para El País, pasando posteriormente a Bruselas donde cubrió el final de las negociaciones de ingreso de España en la hoy Unión Europea.  Durante la primera Presidencia española del Consejo comunitario en 1989, trabajó como asesor ejecutivo para el entonces ministro de Asuntos Exteriores, Francisco Fernández Ordóñez. A principios de 1990, pasó al recién creado Departamento de Estudios de la Presidencia del Gobierno encabezado por Felipe González, que dirigió entre 1995 y 1996. Se incorporó entonces a la sección de Opinión de El País como editorialista y columnista. En 2004, se convirtió en el primer director de Foreign Policy Edición Española (FP), publica por la Fundación FRIDE.  Junto a su labor de análisis de la realidad internacional en El País y en FP, ha publicado en numerosos medios especializados en España y otros países y participado en los principales foros. Ha publicado cuatro libros: El purgatorio de la OTAN (1986), La razón de Europa (1994); Horizontes cercanos: Guía para un mundo en cambio (2000) y La fuerza de los pocos (primavera de 2007). En 2002 fue galardonado con el Premio Madariaga de Periodismo Europeo (prensa escrita).

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