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Prerrogativas vaticanas

Por 15 de febrero de 2008 Sin comentarios

Basilio Baltasar

La publicidad de los productos bancarios en los medios y espacios de comunicación es la misma en todos los países. Los anuncios difunden sin cesar el inconfundible estilo que tan familiar se ha hecho para todos nosotros: la jovialidad y el paternalismo de una entidad dispuesta a facilitar nuestros deseos. El mensaje que las autoridades bancarias envían a los ciudadanos es una invitación a confiar en su capacidad para entender las necesidades del cliente y dar a cada uno su correspondiente línea de crédito.

La descomunal sonrisa abierta en los decorados urbanos de medio mundo es la cara amable de un sistema de endeudamiento al que todos acuden alegremente. Unos con prudencia, otros con insensatez. Se da por supuesto que vivir en sociedad es consumir y que fuera del circuito abierto por el dinero que pasa por nuestras manos se carece del rango que nos permite ser reconocidos. Más que andar como ciudadanos, actuamos como clientes.

Todo el mundo sabe, por lo tanto, que la amabilidad del sistema bancario se dirige tan solo a los paseantes cuyos bienes están a la altura de lo esperado. La publicidad escenifica el trato entre seres que sonríen y se dan la mano, pero se da por entendido que en la oficina bancaria tan sólo se atiende a los que, a cambio del préstamo, empeñan sus bienes.

Una publicidad que explicitara las condiciones del trato que anuncian los bancos -por ejemplo: "si no tienes donde caerte muerto ni te atrevas a entrar"- haría insoportable el paisaje urbano y muy molesta la inevitable gestión de nuestros pagos y cobros, hipotecas y préstamos.

La ilusión no modifica la verdad pero es un insustituible ingrediente de nuestra condición: por hoscas que sean las relaciones sociales es mejor camuflarlas con el discurso que las hace aceptables. 

Con la Iglesia Católica de Roma ocurre algo parecido: el Estado Vaticano mantiene delegaciones en las ciudades y aldeas de todo el mundo, se inmiscuye en los asuntos internos de los países en los que se le consiente hacerlo, administra inversiones en la Bolsa, se declara reacio a admitir la Declaración Universal de los Derechos Humanos, actúa decisivamente como apoyo a corrientes políticas reaccionarias y contribuye desde los púlpitos sagrados a las campañas electorales mundanas. Sin embargo, tan evidente participación en la lucha por el poder y la influencia, no le impide presentarse como delegado de la divinidad, árbitro espiritual de la condición humana y fuente de inspiración para la bondad universal. Y es que para el Estado Vaticano la caridad y la religión son lo mismo que la amabilidad para las corporaciones bancarias: un reclamo.

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Basilio Baltasar

Basilio Baltasar (Palma de Mallorca, 1955) es escritor y editor. Autor de Todos los días del mundo (Bitzoc, 1994), Críticas ejemplares (BB ed; Bitzoc), Pastoral iraquí (Alfaguara), El intelectual rampante (KRK), El Apocalipsis según San Goliat (KRK) y Crítica de la razón maquinal (KRK). Ha sido director editorial de Bitzoc y de Seix Barral. Fue director del periódico El día del Mundo, de la Fundación Bartolomé March y de la Fundación Santillana. Dirigió el programa de exposiciones de arte y antropología Culturas del mundo (1989-1996). Colabora con La Vanguardia y con Jot Down. Preside el jurado del Prix Formentor y es director de la Fundación Formentor.

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