Marcelo Figueras
Ayer Serpiente Suya me recordó con su gentileza habitual la situación por la que atraviesa la gente de Gaza. Una lengua de territorio tan diminuta como superpoblada, en la que sobrevivir es un desafío cotidiano dado el aislamiento a que el gobierno israelí la somete hoy por tierra y por mar.
Imposibilitados de trabajar y por ende de mantener a sus familias, hay cientos de miles de palestinos cuya alimentación depende de programas de ayuda extranjera: 860.000 viven gracias a las vituallas que le proporciona la United Nations Relief and Works Agency, otros 270.000 cuentan con el World Food Program. Los responsables de estas operaciones ya han anunciado que, de seguir el actual bloqueo deberán suspender la distribución de alimentos el jueves o viernes a más tardar, porque el gobierno israelí cortó el suministro de gasolina y eso impide a los camiones hacer sus rondas habituales.
También han limitado el suministro de electricidad, dejando al pueblo entero en penumbras y produciendo una crisis humanitaria sin precedentes: los pocos alimentos que aún tienen no pueden ser conservados y los hospitales ya no pueden prestar servicio. El funcionario del Ministerio de Salud local Moaiya Hassanain está en las vísperas de verse obligado a tomar una decisión digna de La elección de Sophie. Según declaró ayer al corresponsal del New York Times, deberá escoger entre cortar la energía que les queda al ala de maternidad, o cortársla a los pacientes coronarios que se enfrentan a una intervención quirúrgica -o bien a los quirófanos mismos.
El hecho mismo del sitio militar evoca situaciones tan salvajes como milenarias. Las palabras con que Moisés le recuerda al pueblo judío lo que le ocurrirá si no respeta las leyes de Dios ("…y cuando hayas sido encerrado en los pueblos de la tierra que Dios te asignó, comerás de tu misma carne, la carne de los hijos y de las hijas que Dios te ha concedido, a causa de la desesperación a que tu enemigo te reducirá") están sin duda alguna inspiradas en la terrible experiencia del sitio a que los babilonios sometieron a Jerusalén en el año 587 antes de Cristo. Una experiencia que el pueblo judío volvería a sufrir con variantes, en el encierro y la hambruna y el ulterior genocidio producido en los campos de concentración del Holocausto. Ahora que los funcionarios y soldados israelíes se encuentran del otro lado del muro, sitiadores en vez de sitiados, deberían preguntarse si la justificación de sus actos no se parece peligrosamente al deseo de conquista de los babilonios o a las excusas de autodefensa contra la rapiña que en su momento arguyeron los nazis.
Poner a cualquier ser humano en la situación de tener que elegir entre la vida de un bebé o la vida de un enfermo es sencillamente repugnante, un acto que debería avergonzar a la especie toda.