Jean-François Fogel
No hay mucho que decir. Con mas torpeza que sabiduría, toda la prensa internacional fue capaz de encontrar un espacio para anunciar la muerte del escritor Julen Gracq dos días antes de la navidad. Tenía 97 años y era el monumento, el último monumento de la literatura francesa. Ya he dicho, en este blog, que Gracq (Louis Poirier) era un clásico a pesar de estar vivo. Su muerte no le quita su condición de maestro supremo de las letras francesas sino que deja un escenario vacío.
La editorial El Acantilado publicó en 2007 una traducción al español de «Carnets du grand chemin»: A lo largo del camino. (Gracq: "El camino al que se refieren las notas que forman este libro es por supuesto el que atraviesa y enlaza los paisajes de la tierra. Es también, algunas veces, el del sueño, y a menudo el de la memoria, la mía y también la memoria colectiva, a veces la más lejana: la historia, y por eso es también el de la lectura y el del arte"). No puedo, como francés y como admirador y lector fanático de Gracq, pronunciarme sobre la calidad de la traducción, pero, al hojear el libro, veo la mejor introducción a lo que es la forma dominada de manera magistral por el escritor: el fragmento. Gran conocedor de la geografía física, poeta de los paisajes, Gracq ha creado una forma que tiene la apariencia de una libreta de apuntes. Una literatura libre, discontinua, de una muy falsa espontaneidad donde se mezclan erudición, emoción y precisión fenomenal de las palabras. Es una técnica que vale para todo: descripciones de paisajes, recuerdos, reflexión sobre la historia y literatura, sobre todo literatura.
Su fama en los medios viene de un acto de rechazo: se negó a recibir el premio Goncourt en 1951 por su mejor novela, El mar de las sirtes. Secreto, huyendo de la televisión y la participación en actos de promoción, Gracq era tampoco inalcanzable. El autor de este blog, al mandarle una carta, consiguió sin dificultad alguna unas entrevistas para hablar de literatura hace casi treinta años. Gracq hablaba con gran reserva, pero se notaba su pasión. Cuando la conversación tocaba al siglo XIX, tenía el entusiasmo de un niño en una tienda de dulces. Chateaubriand, Stendhal eran obviamente par él los compañeros de una convivencia continua.
De todos los comentaristas que intentaron saludarle, hay que destacar lo que escribió el critico francés Pierre Assouline en su blog, y también un artículo muy inteligente de James Kirkup en el diario inglés The Independent.
(El sitio dedicado a Gracq por Jose Corti, la casa editorial de toda su vida, no me parece mal, pero muy parecido a Gracq: preciso y austero.)