Clara Sánchez
El otro día por Madrid no se podía dar un paso, íbamos todos codo con codo y no se trataba de una manifestación, sino que todo el mundo se había echado a la calle a comprar como locos o a mirar cómo otros compraban, puesto que existe una queja generalizada de lo poco que se vende cualquier cosa. Según los comerciantes no venden, pero vas al cine y hay cola, vas a un restaurante y está lleno, vas a tomar un taxi y tienes que pegarte con alguien que dice que ha levantado la mano antes. Y a la peluquería hay que ir con toda la mañana o la tarde por delante, porque a la clientela tradicional de las mujeres se han sumado los hombres, que antes no necesitaban más de cinco minutos y un barbero, y que ahora tardan tanto o más que nosotras.
Pero ¿quién puede pasar sin este trámite estético? Es increíble que suceda lo que suceda en el mundo (guerras, atentados, muerte en definitiva, enfermedad, hambre y todos los dolores posibles) el ser humano no puede dejar de ser frívolo, o mejor dicho, la entrega al adorno y la apariencia cada día ocupa mayor parte de nuestra esencia. Así que ocurra lo que ocurra la preocupación por el corte de pelo sobrevivirá y las peluquerías se llenarán como un reducto de vida donde no ocurre nada. Lo he comprobado hoy mismo.
Nada más entrar en esta peluquería que me han recomendado, me cae encima una capa plateada que me envuelve como si fuera la reina de Saba. Me piden que me siente a esperar, junto a otras reinas, a Nikos, el peluquero. Qué moderno y ligero es todo. Hay un poco de revuelo porque una televisión está grabando un implante de pestañas, y todos hemos concentrado la atención en esa delicada operación. Se habla de extensiones (antaño llamados postizos), de reflejos (antaño, mechas), de baño de color (tinte), de cera para las puntas y un largo etcétera. Tanto clientes como peluqueros tienen un tono de voz aterciopelado que no parece de este planeta. Más aún, llegan clientes tan peinados que parecen que acaban de venir de otra peluquería.
¿De dónde han salido? ¿Han oído si quiera hablar de la crispación en que vivimos sumidos en este país de bocazas? Me siento un poco desplazada y algo tosca dentro de mi capa de lamé y empiezo a echar de menos los grandes secadores de las peluquerías de antaño, donde te encapsulaban la cabeza hasta que echaba humo. ¿Quién los inventaría? Y, sobre todo, ¿qué han hecho con ellos al apartarlos de nuestra vida? Formaban parte del paisaje más amable del día a día y en cuanto aparecían en una película, la convertían en comedia. Sin embargo, ahora, vistos con distancia, van resultando extraños y dentro de cien años cuando se haya olvidado para qué servían serán completamente desconcertantes, podrán parecer incluso siniestros.