Clara Sánchez
El de la cazadora negra me ha querido intimidar, de eso no hay duda. Encuentro un asiento bastante escondido entre gente que está de pie, y cuando llegamos a mi estación salgo. Que no me sigan, me digo, que no me sigan. El ordenador me pesa más que nunca. Seguramente si van detrás lo harán a bastante distancia, pero no quiero volverme a mirar ni tampoco quiero ir directamente a mi casa y que sepan dónde vivo, así que me meto en una tienda de ropa que hay de camino y espero un buen rato vigilando la calle. Cuando lo cuente, no se lo va a creer nadie, pienso, yo misma dudo de que lo que me está ocurriendo sea real, que no sean sólo aprensiones mías, sin embargo, tampoco soy capaz de desdeñar la mirada fría y penetrante del de la cazadora negra, ni la frase "ésta me ha estado mirando" del otro: vaguedades, si se quiere, cuando ya han pasado, pero certezas inquietantes cuando estaban sucediendo.
A la media hora, algo avergonzada por una cobardía que no había saboreado hasta ahora, y tras probarme varios pantalones, considero que ya no hay peligro y me aventuro a la calle. Normalmente no soy de esas personas que blindan las puertas y echan cien cerrojos, tampoco soy confiada, sé que hay mucha gente suelta por ahí que está como una cabra y que aprovecha la mínima para saltar y desatar la furia que lleva dentro contra alguien. Hay mucha gente furiosa o colérica, no sé qué nombre clínico tendrá la furia, pero la furia o la cólera es lo que más puede afear a una persona. Siempre que he tenido un arrebato de este tipo he dado gracias al cielo por que no me grabase ninguna cámara, como al gran Fernando Fernán Gómez (que en paz descanse) en aquel soberbio acceso mil veces visto en televisión. Con su voz y su porte parecía que estaba representando una tragedia de Esquilo en el teatro de Mérida, por eso incluso el afrentado ha hecho la vista gorda; los demás resultamos grotescos. La furia está muy próxima a la desesperación, cuando alguien está desesperado ya no le importa dar rienda suelta a la furia, la cólera o la ira. Quizá por eso a las furias mitológica se las representa con serpientes enroscadas en las cabezas. Tienen un carácter infernal y primitivo, vengativo, mientras que al furioso de carne y hueso, al mortal, lo que se le sube a la cabeza es la sangre y se pone rojo.
Pero lo que a mí me ha sucedido no tiene nada que ver con esto. No me he sentido perseguida por las Furias, sino por el miedo a los otros, que no quiero volver a sentir nunca. Aun así, de vez en cuando miro para atrás en mi trayecto a casa, y cuando llego al portal, abro, entro y respiro.