Marcelo Figueras
Ahora que la neblina se disipó y está claro quién presidirá la Argentina durante los próximos cuatro años, siento la necesidad de comentar circunstancias que me quitaron el sueño durante estas semanas.
1. Lo primero que me angustió fue mi imposibilidad de sostener una simple discusión política, como las que recuerdo haber tenido tantas veces años atrás. (El posesivo está correctamente aplicado: ‘mi’ imposibilidad, fui yo quien no pude.) Cada vez que se presentaba la oportunidad durante algún encuentro social -un cumpleaños, una comunión- terminaba optando por callar o peleándome a los gritos. Lo que me sacaba de quicio en todos los casos era percibir de inmediato que lo que yo pretendía era imposible: un intercambio de ideas y de información, en el que cada parte expone su saber y sus conclusiones mediante argumentos racionales.
A cada paso me encontraba con gente que daba por buenas informaciones erróneas: que la muerte del maestro neuquino Fuentealba es responsabilidad de Kirchner, por ejemplo. (No lo es ni política ni legalmente.) O que al preguntársele por qué no pensaba votar a Cristina Fernández de Kirchner no respondía con un argumento coherente, sino con la expresión de prejuicio o resentimiento: "No me gusta. La detesto. Me cae mal". (Debo decir que las más vocales opositoras a Cristina con las que me topé fueron mujeres.)
Me ocurrió lo mismo en este espacio. En respuesta al post del fin de semana, un tal Pedro respondió a mi afirmación de que la Corte Suprema de la Nación era independiente con el siguiente argumento: "¡Por favor!" Yo le sugeriría a ese señor que si cuenta con información que demuestra que la Corte no es independiente por favor la difunda. En este país existen centenares de periodistas que darían un ojo de la cara a cambio de la oportunidad de embarrar el prestigio de estos juristas de renombre internacional, a los que hasta hoy nadie -ni siquiera los más furibundos opositores- ha podido criticar. Pero hablo de información, o en su defecto de razonamientos, no de un artero "¡Por favor!" con el que se puede injuriar hasta al mejor de los hombres sin tomarse el trabajo de justificar por qué. San Francisco de Asís: ¡por favor!
2. Algún sociólogo debería estudiar cuál es el grado de componente irracional que prima en la decisión del voto. Porque la mayor parte de la gente puede esbozar una explicación para su decisión, pero los argumentos de muchos no resisten la menor confrontación. Ya bastante problemas causa la existencia de tanta gente que decide su voto pensando no en el bien de las mayorías, sino en su propia conveniencia personal. Gente que quiere estar bien aunque el resto se hunda. (Recuerdo discusiones de otras épocas, cuando me tomaba el trabajo de explicarle a algunos menemistas espontáneos por qué seguir con la paridad peso-dólar iba a llevarnos a la crisis económica feroz que finalmente estalló. No sólo me escuchaban atentamente, algunos hasta me daban la razón. Después de lo cual decían: "¡Pero yo me quiero ir a Miami!" Razón por la cual votaron a Menem. Y así nos fue.)
Pero en fin, esto es parte del juego democrático: tienen tanto derecho a votar como yo y como ustedes. Lo que me angustia es que exista tanta gente cuyo voto responde a un componente irracional tan grande que ni siquiera perciben que no sólo están votando en contra del bien de las mayorías, sino del suyo propio.
Gente que no termina de encajar bien su razonamiento con la decisión que toma a colación. Como este José de Buenos Aires que también respondió a mi post. José acusa a los Kirchner de haberse robado 560 millones de dólares de su provincia de Santa Cruz. (Esto no es cierto. Pero es demasiado largo para responder aquí. Otro día, si es preciso. Sigo.) A partir de ese dato sugiere no va a participar de los comicios, para que resulten nulos. ¿Soy yo, o la lógica de este hombre está rota? Si los Kirchner fuesen en efecto ladrones y fuese imperativo frenarlos, ¿no sería lo más razonable votar en contra suyo? Pero no, José prefiere dispararse en los pies como acto de resistencia. Lamentablemente no es el único.
3. La democracia sigue siendo el mejor sistema conocido. Pero al menos desde que Adolf Hitler ascendió al poder mediante el voto mayoritario, está claro que el pueblo no siempre tiene razón necesariamente. En suma, una democracia es tan sólo tan buena como sus ciudadanos. Nuestro país todavía está muy lejos de dejar atrás las heridas que la dictadura y las administraciones fracasadas o corruptas dejaron sobre las almas, tanto como las heridas que la miseria infligió durante décadas en cuerpos y mentes. Precisamente por eso tenemos la responsabilidad de tomarnos esta tarea de ser ciudadanos con mayor seriedad. Empezando por informarnos bien, lo cual es muy distinto a repetir como gansos las consignas que resuenan por ahí. Tratar de arribar a un pensamiento independiente, por más trabajoso que resulte. Y a la hora de decidir, esmerarse por ser racionales antes que prejuiciosos -y de ser posible (¡qué bueno sería!) también apelar a nuestro costado más generoso.
Ayer escribía Andrés Malamud en Página 12: "Gobernar a los italianos, decía Mussolini, no es difícil: es inútil. Italianos hispanoparlantes a fin de cuentas, ¿estaremos condenados a la misma suerte? Quizás no. Para evitarlo, sería conveniente abandonar la pereza intelectual y pasar a las efectividades conducentes".
Para quien quiera leer un panorama amplio y bien informado de lo que fueron estos cuatro años de administración Kirchner, recomiendo leer el artículo de Horacio Verbitsky llamado ‘La Masa’, en la edición de ayer domingo.