Marcelo Figueras
No quería dejar de decir que me alegra que se haya elegido a la película XXY, de Lucía Puenzo, para representar a la Argentina tanto en los Goya como en el Oscar. En un año particularmente desastroso para nuestro cine, XXY representa a la vez un alivio -porque es un filme relevante, digamos que uno de los pocos de este último tiempo- y una promesa. No olvidemos que no se trata de la película de un director experimentado y artista consagrado, sino de un debut. Más allá de los méritos propios de Lucía Puenzo (volveré sobre este punto más adelante), la consagración de XXY habla también del silencio de los no inocentes, los directores que llevan tiempo trabajando en nuestro medio. El hecho de que la única otra película con chances para disputar la nominación fuese La Señal, debut -otro más- en la dirección de Ricardo Darín y Martín Hodara, subraya lo que digo. Directores argentinos hay muchos, y de distintas generaciones. Que ninguna obra de ninguno de ellos haya estado en condiciones de competir de igual a igual con XXY y con La Señal sugiere una crisis, en cuyas causas habría que ahondar. Algunos de ellos no han podido filmar en este último tiempo, otros no han querido o no han sabido qué, y otros han filmado películas que no dejaron huella en la gente… ni en la historia. Mientras tanto, el público sigue esperando que de una vez por toda aparezca el Nuevo Cine Argentino -del que tanto se habló, del que tan poco queda- como otros esperan al Mesías.
XXY es la historia de Alex (Inés Efrón), un/a chico/a nacida con rasgos sexuales de hermafrodita. Deseosos de proteger su intimidad, sus padres se mudan a un paraje remoto del Uruguay. Pero con la adolescencia afloran los deseos, y con la aspiración a la madurez llega la necesidad de elegir libremente. ¿Pueden sus padres esconder por siempre a su hijo/a del escrutinio del mundo? ¿Deberían sugerirle el camino de la cirugía, para que se conforme de acuerdo a una de las identidades diferenciadas: varón o hembra? Lo cierto es que existe una correspondencia entre Alex y XXY, la película: ambas son criaturas singulares e irrepetibles, ambas se resisten a amoldarse a las expectativas del mundo exterior. En su excentricidad -literalmente, en su rechazo a acomodarse a lo que la sociedad y la cultura pretenden céntrico- está su valor más perdurable.
Quizás haya que decir ya de una vez por todas, a la luz del premio que ganó Anahí Berneri en San Sebastián y de esa realidad que es ya Lucrecia Martel, que si el Nuevo Cine Argentino llega alguna vez a existir, seguramente tendrá rostro de mujer.