Marcelo Figueras
Los cinéfilos estamos padeciendo las consecuencias del fin del verano yanqui… casi tanto como padecimos las películas monstruosas que Hollywood nos infligió durante los últimos meses. Se supone que las películas que valen la pena empiezan a estrenarse ahora, en el otoño del hemisferio norte. Como la temporada todavía no ha arrancado del todo, lo que se estrena en estas semanas es basura, al menos en líneas generales. Yo que en pleno viaje estaba en busca de algo que valiese la pena y que no hubiese sido estrenado en Buenos Aires, descarté la última de la serie de Bourne precisamente por ello y no tuve mejor idea que meterme a ver Death Proof, de Quentin Tarantino. En fin. ¿Qué les puedo decir?
Es verdad que Death Proof es la mitad de un proyecto que se llamó Grindhouse, con el cual Tarantino y Robert Rodríguez pretendían homenajear al cine de género clase más-que-B de los años 70, esas películas que se proyectaban de a dos y hasta de a tres en continuado. La de Rodríguez era una de zombies, la de Tarantino se dedica a un psicópata que asesina mujeres en la carretera utilizando su auto como arma. Se supone que las dos películas se proyectaban juntas, en un envase que incluía publicidades ficticias y otros chiches que permitirían recrear la experiencia de ir a aquellos cines de sesión ininterrumpida. O sea que Death Proof tal como la vi es en verdad una obra mutilada. Pero no hay nada que se le pueda agregar, por delante o por detrás, que la salve de ser la película estúpida y a la vez poco divertida que en esencia es.
Todavía recuerdo la profunda impresión que me causó Reservoir Dogs en Cannes, seguida de una mesa redonda en la cual el por entonces jovencísimo Tarantino departió de igual a igual con grandes de la estatura de Robert Altmann. La visión de Pulp Fiction me reveló que estábamos en presencia de un autor decidido a sacudir las estructuras del cine de Hollywood. Jackie Brown me sugirió que ya estaba en camino a convertirse en un clásico…Y entonces ocurrió Kill Bill. Me consta que mucha gente la celebró en sus dos partes, pero yo no pude evitar pensar que Tarantino había sucumbido al llamado de su nino interior de la peor de las maneras posibles, dicho esto por un hombre grande que trata de estar en contacto con su propio nino interior de la manera más seria posible. O sea: me pareció una pavada muy bien hecha. Algo que ni siquiera puedo decir de Death Proof, que es una pavada pero ni siquiera está del todo bien hecha, con la excusa de que sus torpezas forman parte del "homenaje" a aquel cine-basura.
La película parece hecha por un torpe imitador de Tarantino, o en un verdadero acto de exorcismo, haber sido hecha por el Quentin Tarantino que tenía siete años de edad. Hay mucho diálogo innecesario lleno de referencias ‘pop’, mucha violencia y algo de sadismo. El ya viejo argumento de que Quentin ahora reivindica a las mujeres al darles protagónicos en los que son tan fuertes, malhabladas y violentas como sus contrapartes masculinas me parece falso. Quiero decir: los personajes protagónicos de sus películas son iguales a los de siempre, sólo que ahora Quentin parece haber entendido que le tienta más filmar a mujeres, tan sólo porque están mas buenas, y ya. Da un poco de pena ver a actores como Kurt Russell y Rosario Dawson tratando de mantener vivo su entusiasmo; a esta altura del partido los actores le dicen que si por lo que se supone significa trabajar con Tarantino, un poco a la manera de lo que ocurre con Woody Allen (¿se puede decir esto de Woody, ahora que es uno de los nuestros y filma en Barcelona?), cuyas películas están llenas de grandes actores tratando de disimular las espantosas falencias del guión -con la única excepción, en estos últimos años, de Match Point.
Espero que el fracaso de Death Proof en todas partes le revele a Tarantino que la vía del regreso a la infancia está terminada, al menos de esta manera. Por lo demás, salvo que sean fanáticos a ultranza, manténganse lejos. Death Proof es mortal.