Javier Rioyo
En el cruce de lecturas del verano me reencuentro con un viejo, hermoso, libro de Ortega y Gasset. Es el quinto tomo de El Espectador. Hablamos de un libro del año 29 del pasado siglo. Aunque ahora reeditado, fácil de encontrar. Su primer contenido se llama “Notas del vago estío”. Es una suave delicia vagar por él. Se parece, quizá, a viajar en un viejo coche, en un “Hispano-Suiza” a ser posible, por las carreteras de Castilla en los días del verano. Pasar y parar de vez en cuando por esos caminos que entonces estaban en cueros, por aquellos caminos amarillos de amplios paisajes, donde nos sorprenden las torres de las iglesias, algún castillo, alguna catedral. El viajero Ortega, despierto a todo, al paisaje y al paisanaje, a “la caza de paisajes que es la excursión”.El viajero como cazador. Las piezas mayores de la caza son los castillos y las catedrales. Son como apariciones descomunales, monstruosas….o lo eran en aquellos años del viajero Ortega. Ya es más difícil ver la desnuda silueta de los castillos, de las catedrales. Todavía existen, hay que tener paciencia, tiempo y ganas de pasear casi sin rumbo por Castilla.
O el que quiera puede viajar por el libro, por el vago estío de Ortega. Se encontrará, por ejemplo, el regalo de recordar que en un pueblo de Segovia, Martín Muñoz de las Posadas, entre otras cosas interesantes y un casi secreto Greco, veneran a una virgen con una peculiar advocación: Nuestra Señora del Desprecio. Yo que no tengo fe, estoy deseando acudir para expresar mis desprecios. No eran demasiados, pero han aumentado en este verano. Tampoco perderé mucho el tiempo. Pero la verdad, ni viene mal saber que existe una “virgen” del Desprecio.
Ortega sigue su viaje por soportales. Por esas plazas y calles con soportales que resguardan de la lluvia y del calor. Ya no se hacen soportales. Era una construcción saliente, cara, dificultosa y se renunciaba al más caro de los terrenos para convertirlo en vía pública. En servicio para todos. Ya no se construía en los tiempos de Ortega. Que dice que esa idea genial, tan poco económica, pertenece a “suavidades del alma hoy imposibles”.
El viaje en el vago estío sigue por pueblos, por ciudades, por mundos que ya casi sólo se reconocen en las lecturas. Pero, si se sabe mirar, todavía se encuentra ese mundo. Todavía quedan señales de ese vagar. Yo las he visto. Ahora las recuerdo desde mi verano gallego.
P.D.: Buñuel sí escribió sus memorias. Lo hizo con la ayuda del guionista Jean Claude Carriere, que se limitó a ser el amanuense de la memoria, las opiniones y los recuerdos de Luis Buñuel. Es un extraordinario libro de memorias, creo que tiene edición de bolsillo. Estaba editado en Plaza y Janés. Y se llama “Mi último suspiro”. Me lo agradecerán los buñuelescos y los que no lo sean.