Xavier Velasco
Los vértigos binarios.
Hasta 1997, ubicaba los años transcurridos por los amores que los habían poblado. De entonces para acá, la referencia son las computadoras. Sintomáticamente, recién había caído una nueva en mis manos, puntual y solidaria para ofrecerme una ancha terapia de divorcio. Pero me daba miedo el aparato, pues contenía un par de tentaciones complementarias: el modem telefónico y tres meses de conexión gratuita a Internet. Si años atrás mi idea de enviar faxes y diskettes con el propósito de autoeditarme había naufragado en el tema de los costos, la idea de intentarlo en Internet era una comezón con tufo a trampa.
¿A qué le tenía miedo? A la espiral de tiempo que de seguro se abriría ante mí nada más comenzara a contraer el asombrado insomnio que suele someter a los recién caídos en la red. Me habían insistido demasiado en eslóganes patéticos del tipo "la supercarretera de la información", pero ya el sarpullido era muy fuerte. Si la intuición no me decía mentiras, había todo un proyecto editorial esperándome en el ciberespacio. Cuando al fin resolví sacar jugo de los citados meses de conexión gratuita, tardé dos días enteros, con sus debidas noches, en despegarme de la pantalla. A partir de ese punto, ya muy pocas opciones del mundo supuestamente real consiguieron tentarme; por lo demás, la línea telefónica permanentemente ocupada por el modem favorecía poco la vida social.
—Solo con su obsesión, la noche entera. Que cosa más romántica, colega. Tendríamos que habernos conocido entonces.
Entonces entendí que no había más opción que aprender HTML a cualquier costo. Leí que era un lenguaje de marcas muy sencillo, busqué más y encontré un tutorial cuyo autor me garantizaba que en no más de cinco minutos podía diseñar mi primera página web, con un renglón escrito y una foto. Eché un ojo al reloj y me lancé a intentarlo. Necesitaba sólo una imagen y un editor de texto, nada que rebasara mi estatus infra-tech. Algo menos de cuatro minutos después, ya estaba ahí la página, con el texto centrado, la imagen justo encima y el fondo en color rojo, correspondiente al código hexadecimal #FF0000. Al final de la noche, tenía ya leído y practicado el tutorial entero. Estaba listo para olvidar la cama y seguir adelante, había esperado diez años por esa cita.
—¿Se sentía el Magallanes del cyberspace?
No sé lo que sentía, pero era fuerte. Llevaba dos semanas encerrado en un vértigo de voracidad, igual que otros se entregan por días a jugar solitario y fingir que trabajan; igual que alguna vez pulsé el botón de pausa en mi vida porque había que rescatar a una princesa; igual que devorarse uno de esos hongos que tanto hacían crecer a SuperMario. Aunque de un día para otro mis expectativas eran zancadilladas por nuevos requisitos para hacerme algo así como un webmaster. Tenía que aprender a procesar imágenes, hacer animaciones y estudiar otros códigos, no únicamente en HTML. Entre tanto, ya había conseguido el terreno para edificar mi sitio, otra vez sin pagar un centavo. Geocities, se llamaba el lugar donde mediante un mecanismo harto simple podía uno subir sus archivos a la red y ver su engendro en línea ipso-facto. Aún no tenía imágenes a modo, pero había la opción de elegir entre algunas fotografías de muestra. Un minuto después, ya estaba ahí la foto de Sharon Stone. Tenía mi propio sitio en Internet.
—Qué triste situación. Me hace pensar en esos dichosos infelices que compran el portarretratos por la foto de muestra, y luego así lo plantan en su buró. Me voy imaginando el texto del e-mail: Querida Sharon, ¿ya conoces mi website? ¡Pues tiene tu foto!