Marcelo Figueras
Hablando de buenas noticias… Ayer me enteré de que Michael Ondaatje lanzó una nueva novela, llamada Divisadero. Ondaatje es uno de mis favoritos desde que leí The English Patient y desde allí salté al resto de su obra narrativa. In the Skin of a Lion es una especie de prequel involuntaria de El paciente inglés, donde aparecen los personajes de Caravaggio (o sea Willem Dafoe, en el filme) y también el padre de Hana, la enfermera que en la película interpretaba Juliette Binoche. Su libro de memorias Running in the Family también es una delicia. Nacido en la isla de Sri Lanka, de familia en parte ceilandesa y en parte holandesa, Ondaatje creció en Canadá, donde desarrolló su carrera literaria. En esencia poeta, lo que me gusta de Ondaatje es su capacidad de construir una historia compleja mediante un uso del lenguaje que es evocativo, pura sugestión. A diferencia de la mayoría de los narradores contemporáneos, que emplean el lenguaje como si estuviesen convencidos de que la palabra es la cosa que describen, Ondaatje escribe con consciencia de que el lenguaje es apenas the bright bone of a dream, el hueso brillante de un sueño, ese mismo sueño que nosotros, lectores, completamos al colgarle la carne de nuestra imaginación.
Su novela anterior, Anil’s Ghost, me decepcionó. Pero debo admitir que mis expectativas eran desmesuradas: uno de mis escritores favoritos se metía con una de mis obsesiones, su protagonista era una antropóloga forense que lidiaba con las consecuencias de la dictadura en Sri Lanka. Si hasta aparecía una persona real, con la que he intercambiado mails más de una vez, convertida en personaje de ficción: Clyde Snow, el americano que entrenó aquí en Buenos Aires a los jóvenes con quienes co-fundaría en los 80 el Equipo Argentino de Antropología Forense. No sería la primera vez que me pierdo algo grande, por ver o leer a través de las anteojeras de mi propio deseo proyectado en la obra ajena. Lo menos que le debo es el beneficio de una segunda lectura. En todo caso, según se desprende de la crítica de Janet Maslin, Divisadero es un regreso de Ondaatje al estilo “deliberadamente elíptico” que tan bien cultiva. Maslin cita un pasaje en que una de las protagonistas, con la lectura de Los tres mosqueteros recién iniciada, siente que se ha perdido algo y se pregunta si debe releer. A lo que Lucien Segura, su compañero de lectura, responde: “No, simplemente sigue adelante… No saber algo esencial hace que uno se involucre más”. Tal como Maslin lo destaca, Ondaatje procede de la misma manera: no nos da la acción sino sus astillas, y esa reticencia nos lanza al corazón de la historia con mayor energía que la descripción ‘objetiva’.
Tengo muchas ganas de leer Divisadero. Los pocos párrafos que encontré en la red, cortesía de Random House, me produjeron lo mismo que sus mejores páginas: me impusieron su ritmo, me hamacaron en su cadencia y me transportaron a un mundo nuevo: donde hasta el hecho más insignificante resuena de forma que evoca a otros (nuestros actos y sensaciones concebidos como versos de un poema mayor, a ser descubierto en la vida –una vida que equivale a la escritura), donde cada personaje se mueve como el hueso del sueño de mi existencia.