Jean-François Fogel
Lo que hace el semanal Time Out de Nueva York en su último número es lo que proponía T.S. Eliott en su famoso ensayo: To Critize the Critic (Criticar a los críticos). Pero se trata de periodismo. T.S. Eliott buscaba entender su manera de evaluar la poesía, llegando a describir dos maneras de acercarse a las obras: la generalización y la valoración individual de un artista. Por su parte, el semanal neoyorkino busca justificar el poder de ciertos individuos en una ciudad que produce «una cantidad masiva de arte y de ocio».
Entonces, no se trata solo de literatura. En Nueva York se goza de creaciones con todos los sentidos. El semanal ha elegido siete disciplinas además de los libros: arte, danza, cine, restaurantes, música, música clásica, teatro. Y el blanco del demoledor ejercicio, claro, son los críticos que escriben en la prensa. Todos los críticos, incluyendo los del propio semanal. Lo interesante es el método utilizado: artistas y personas involucradas en el proceso (como conservadores de museos o encargados de relaciones públicas) configuran el jurado. El presidente de un departamento de periodismo de una universidad oficia como responsable del proceso. La entrega de los resultados viene con opiniones entre comillas y anónimas de los jurados.
Time Out toma todas estas medidas para aparecer como imparcial. Pero nadie duda de que se trata de una venganza: golpear a los que golpean, hasta ahora con completa impunidad. El título lo dice, hablando de «Justicia Final» con una clara referencia a la justicia divina en la Biblia. Dicho esto, vale la pena mirar el método utilizado, una serie de cinco notas sobre cinco criterios: saber, estilo, calidad del gusto, facilidad de acceso, influencia. Los cinco criterios tienen el mismo peso en el momento de sacar la nota promedio. Tres criterios tienen que ver con la relación entre el crítico y la obra y dos con la relación entre el crítico y la audiencia. Criticar en la prensa es comunicar.
En el caso de los libros, lo delicioso para Time Out es la ubicación de Michiko Kakutani. La famosa crítica del New York Times, que tanto machaca a escritores y tuvo polémicas con Salman Rushdie, Susan Sontag o Norman Mailer, no sale primero. El líder es el crítico y también novelista John Leonard, seguido por el crítico y también novelista John Updike. Laura Miller, otra crítica que escribe para el New York Times, viene por delante de Kakutani, que consigue la nota máxima en influencia. Y claro, nadie puede olvidar la frase que define el sabor de la influencia de Kakutani: «no le ha gustado ni un libro en los últimos veinte años». Creo que no se puede decir algo más violento sobre un crítico: desconoce el placer en su oficio.
Ahora una pregunta: ¿quién se atreve a hacer lo mismo en su país?