Vicente Luis Mora
En su reciente y valeroso libro Facsímil (2015), Alejandro Zambra lleva a cabo una tarea que suele ser más propia de un poeta que de un narrador, una operación de detención observadora mediante la cual la obra llama la atención sobre aquello de que está compuesta, sobre su ser más íntimo: la palabra. Mientras que es habitual que la poesía rompa su discurso para fijarse en las propiedades de una palabra, como hemos visto en el nominalismo de Juan Ramón o Mallarmé, o en ese Lorca que recuerda de pronto "¡qué raro que me llame Federico!"[1], pensando que hay algo tras los nombres que, de alguna forma, explica sus circunstancias. Zambra, que en Mis documentos ya había escrito "le molestan esos nombres tan cargados, tan plenos, tan directamente simbólicos: Paz, Consuelo. Piensa que si alguna vez llega a tener un hijo va a inventar un nombre que no signifique nada"[2], va más allá y, repescando los antiguos exámenes para el acceso a la universidad chilena, pregunta al lector-estudiante cuál es la palabra de la serie que desentona, que no pertenece al hilo lógico o al campo semántico de la planteada.
Confiar el desafío al lector tiene la consecuencia de que éste debe replantearse sus propios marcos lingüísticos, así como su conocimiento léxico y -como lógico corolario, previsto inteligentemente por Zambra- su propio marco estético, su concepto de literatura, aquí enteramente devastado para regresar a su origen cabal, atómico -la palabra- con la intención de, desde ahí, ser reconstruido de nuevo por completo, reintegrándose dentro de un discurso mayor o metadiscurso que cuestiona hábilmente el modo en que los propios discursos formalizan el poder. En especial, se persigue visualizar el modo en que los modelos educativos cosifican al individuo al sustituir la evaluación de los conocimientos por el cómputo matemático de aciertos, y el cambio de la educación por el entrenamiento (p. 67). Por más que se retenga el nombre propio del alumno, sin llegar a convertirlo en número, son sus conocimientos los reificados en un sistema pautado y reglado de respuestas válidas, frente a las demás, que devienen inválidas e inservibles; una dinámica que Zambra también pone en crisis cuando incluye algunos planteamientos cuya ruptura discursiva -sobre el discurso del examen– no serían muy ajenos a la subversión de la lógica de un poema:
[Facsímil, edición de Sexto Piso en España, p. 17. La foto de más arriba corresponde a la edición argentina de Eterna Cadencia]
Por este motivo, y dejando de lado las plausibles lecturas foucaultianas o derrideanas que puede propiciar este proceso deconstructivo de Zambra, que devela las oscuras normas de una biopolítica educativa de constricciones seriadas, preferimos asociar su trabajo al de aquellos otros lenguajes que se preguntan, adánicamente, sobre sí mismos y sobre sus elementos compositivos, para lo cual quizá sea más feraz comparar Facsímil y su trabajo reconstructor o deconstructor de la palabra, la frase y el discurso con el que hizo Dziga Vertov en 1929, cuando en Un hombre y su cámara nos presenta también al mismo tiempo la realidad política soviética y las partículas elementales, compositivas, con los que está construido el filme: los fotogramas.
El libro de Zambra parece a medio escribir, parece un libro no escrito, pero en realidad no debemos verlo así: está mostrando un proceso, está haciendo lo mismo que Vertov cuando muestra la mesa de montaje de la propia película (lo que luego repetirá Orson Welles en F for Fake, entre otros cineastas):
Vertov se propone hacer cine con elementos puramente cinematográficos, abandonando-dice textualmente en los créditos del comienzo- la palabra tomada del teatro y la literatura, para sumergirse en un cine puro, internacional. La misma operación, en manos de Zambra, se vuelve extraña y agudamente nacional, metachilena, como una forma de pensar un país, Chile, mediante el uso educativo de sus palabras. Del mismo modo que la fotocomposición a 24 fotogramas por segundo nos procura una ilusión de realidad, el hecho de responder, como si nos estuviéramos examinando, a las preguntas y cuestionarios de Facsímil, también nos lleva a un modo de mirar la realidad, que más que metaliterario podríamos calificar, en puridad, de metalingüístico. Nos conduce a ser conscientes de cómo se construyen las palabras que nos construyen, o que nos destruyen para siempre.
[1] F. García Lorca, "De otro modo", The Selected Poems of Federico García Lorca; New Directions Publishing, New York, 2005, p. 62.
[2] Alejandro Zambra, Mis documentos; Anagrama, Barcelona, 2014, p. 183.