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William Shakespeare

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La ópera también celebra a Shakespeare

A 400 años de su muerte, William Shakespeare está más vivo que nunca: en los teatros, en el cine, en los libros, en los debates intelectuales… y también en la ópera.

El crítico literario Harold Bloom lo “acusó” de haber inventado “lo humano”, al hombre moderno. El idioma inglés le debe cientos de palabras y una capacidad única para la precisión y la ironía. El teatro le debe todo. Y la política, casi todo: sin él serían incomprensibles las campañas electorales, las series de televisión. No se puede contar ni ejercer el poder sin sus tragedias de reyes y emperadores.  

No es extraño entonces que haya sido fuente de inspiración de tantos músicos. La musicalidad de sus sonetos y monólogos parecen pedir melodías, y muchas de sus obras, sobre todo las comedias románticas, incluyen canciones. Pero fue a partir de Henry Purcell que los compositores empezaron a excavar la profunda mina de su obra.

Primero farsa, después tragedia

En 1692, a menos de un siglo de la  muerte de Shakespeare, el más grande de los compositores ingleses puso música incidental a una versión ligera del Sueño de una noche de verano. The Fairy Queen se interna en lo fantástico, lo divertido del juego de disfraces, la alegría del amor. Ritmos ágiles, melodías frescas y un uso chispeante de los instrumentos de viento.

En 1976, Aribert Reiman compuso una ópera áspera, angulosa, con un acusado sentido dramático que lamentablemente no abunda en la lírica contemporánea. Lear fue estrenada con gran éxito en la Ópera de Múnich. Pocas veces la música contemporánea sin melodía discernible ha sido capaz de transmitir tanta emoción, de delinear con lentas punzadas musicales un puñado de personajes marcados por la desesperación.

Entre estos dos extremos, más de una veintena de compositores de todas las épocas y tradiciones sucumbieron al embrujo de Shakespeare.

Este año de aniversario presenta una muestra de esta riqueza y variedad en los principales teatros de ópera de la península. En diciembre, el tenor devenido barítono Plácido Domingo estrenó en el Palau de les Arts de Valencia su personificación de uno de los más grandes papeles verdianos, Macbeth, el “primer Shakespeare” del italiano. Dos meses más tarde, el Teatro Real de Madrid estrenó una rareza de Wagner: Das Liebesverbot (La prohibición de amar), su segunda ópera, basada en la comedia Medida por medida. Y en mayo, el Liceu de Barcelona presentará una joya del bel canto, I Capuletti e i Montecchi, la versión de Vincenzo Bellini sobre Romeo y Julieta.  

Bel canto, Verdi, ¡Wagner!

Sin duda, el compositor más marcado por el bardo fue Giuseppe Verdi. Macbeth es su décima ópera, compuesta a los 33 años, y con ella los especialistas dicen que comienza una nueva relación, más profunda y moderna, con la dramaturgia.

Como Macbeth y Lady Macbeth, Domingo y la imponente soprano rusa Ekaterina Semenchuk se sumergen en la locura del poder, el crimen y la culpa en una puesta en escena oscura: una sucesión de paredes que se van cerrando sobre la pareja protagonista. En esta versión, Macbeth es vencido más por sus propios fantasmas y su fragilidad que por la fuerza de sus enemigos.

Verdi volvió a Shakespeare al final de su vida, en lo más alto de su carrera: cuando ya consideraba cerrada su obra, el libretista y compositor Arrigo Boito lo convenció para que volviera: a los 74 años compuso Otello, su obra maestra. Y a los 80, Falstaff, la comedia llena de piedad y empatía por las debilidades humanas, basada en el personaje del adorable gordinflón lascivo que aparece en Enrique IV, Enrique V y en Las alegres comadres de Windsor. El gran trágico Verdi se despide con una sonrisa comprensiva.

El gran rival de Verdi en la ópera en el siglo XIX, Richard Wagner, está mucho más alejado del universo de Shakespeare. Por eso fue una agradable sorpresa descubrir este año su segunda ópera, la única comedia que había compuesto antes de Los maestros cantores de Nuremberg, que termina de una forma tan wagnerianamente seria y solemne.    

Das Liebesverbot (La prohibición de amar) es la historia de un hipócrita gobernador que impone un código moral estricto y sentencia a muerte a un joven que se acostó con su novia. Cuando la hermana del joven, una monja, le ruega piedad, al gobernador se le despierta la misma libido que castigaba en los otros, y ofrece a la monja clemencia a cambio de sexo. Todo termina bien: en la obra original de Shakespeare, Medida por medida, el gobernador es castigado por su superior, un duque. En la versión de un Wagner revolucionario de 20 años, es el pueblo el que se rebela.

En el Teatro Real, como parte de la divertida puesta en escena de Kaspar Holten, todo termina con un aquelarre final, con el gobernador entrando disfrazado en el carnaval que él mismo había prohibido para encontrarse con la religiosa que lo desvela. Los personajes aparecen en el carnaval vestidos como los adustos héroes del Wagner maduro: el más desopilante es el jefe de policía, que lleva larga peluca rubia y cuernos, como una valquiria.  

Para terminar con las celebraciones operísticas de Shakespeare, el Liceu de Barcelona programa en mayo y junio una joya del bel canto: I Caputelli e i Montecchi, de Vincenzo Bellini. Aunque para muchos estudiosos el libreto de Felice Romani puede haberse basado en las mismas leyendas renacentistas italianas en que se basó Shakespeare, al ojo y al oído de hoy no hay duda: es el Romeo y Julieta de Shakespeare hecho ópera.     

Y a diferencia de su “rival”, el Roméo et Juliette de Charles Gounod, en el que Romeo es un tenor, aquí el joven enamorado está interpretado por  una mezzosoprano. En el estreno de 1830 fue la legendaria Giudita Grissi. En el Liceu lo interpretará la gran mezzo de coloratura Joyce di Donato.

¿Y qué le aporta la música al gran bardo?

Shakespeare enriqueció enormemente el mundo de la lírica. ¿Pero qué aporta la ópera a las obras tan completas y redondas que el gran dramaturgo inglés creó para el teatro hablado? ¿Qué les agrega la música orquestal y el canto?

Creo que tres cosas, que se ven patentes en Macbeth, en La prohibición de amar y en Montescos y Capuletos. La primera, la más obvia, es la inclusión del coro: nunca el teatro hablado tendrá un personaje coral tan potente y locuaz. El coro es el pueblo que clama, grita e implora con una sola voz en decenas de gargantas.  

En la ópera, lo coral que bulle en los argumentos de Shakespeare se magnifica: el pueblo escocés llora por su opresión y al final celebra la caída de Macbeth. Wagner cambia el final de Medida por medida para que al gobernador hipócrita no lo venza el duque que lo nombró sino el pueblo, harto de sus arbitrariedades. Es el coro que triunfa sobre la injuticia. Y en la versión de Bellini, Romeo y Julieta son antes que nada miembros de familias rivales. No es extraño que esta obra tan coral se llame I Capuletti e i Montescchi.

En segundo lugar, los personajes de Shakespeare detienen la acción para hablar consigo mismos. El monólogo filosófico de Hamlet; el delirio heroico de Falstaff; la confesión feroz de maldad de Iago. Los libretistas de ópera transforman con facilidad estos momentos en grandes arias. Y los compositores, en música sublime.  Lo mejor del desparejo Hamlet de Ambroise Thomas es el aria de la locura y muerte de Ofelia, que enloquece cantando en una cascada aterradora de notas agudas, con las que deslumbró hace una década la soprano Natalie Dessay en el Liceu.  

Por último, las descripciones de estados de ánimo, las tormentas y amaneceres y noches estrelladas, las escenas de alegría y tristeza colectiva, las batallas… El paso del teatro al libreto de ópera elimina o reduce muchas de las escenas en las que personajes secundarios cuentan lo que pasa fuera de escena. Los compositores lo reemplazan por paisajes sonoros: Otelo rumia en silencio sus celos y la música es el taladro de la duda insidiosa dentro de su cabeza; el bosque encantado del Sueño de una noche de verano florece en las cuerdas y los oboes de Purcell; en mundo se vuelve hostil y maligno en la música angulosa e inquietante del Lear de Aribert Reimann.

En estas obras geniales, la música completa y acaricia las palabras de Shakespeare.  

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3 de mayo de 2016
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¡A gozar y a sufrir con Macbeth!: Vindicación pasional de la ópera

Está a punto de empezar la temporada de ópera en Bogotá y el diario colombiano El Tiempo me pidió un texto que en parte informara, entretuviera, educara y invitara a disfrutar de este arte, que a veces me pregunto por qué me gusta tanto. Aquí está: salió en el diario del domingo. Los ejemplos son de óperas en directo y en pantalla (de la temporada del Metropolitan de Nueva York) que se transmiten en Colombia. Pero al leerlo hoy con otros ojos, creo que tiene sentido en otros países, porque es mi intento de empujar a los lectores a disfrutar de un arte único, y un compartir con ustedes deleites y descubrimientos artísticos que me acompañan desde hace décadas. 

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¿Le gustan las historias apasionantes, bien contadas y presentadas con arte, música emotiva y voces angelicales? Aunque no lo sepa, la ópera es para usted.

Probablemente alguien le dijo alguna vez que la ópera era para otra gente: públicos muy selectos, hijos y nietos de melómanos, gente remilgada y anticuada. Si no, le han advertido que requiere mucho trabajo y conocimientos previos. Y si no, ha escuchado a un amigo o familiar burlándose de los raros que se sientan a ver estas torturas con música, larguísimas y cantadas en otro idioma.

¿Hay que ser experto? Déjeme decirle que los que entramos en esta afición, al principio tampoco sabíamos mucho. Lo fuimos aprendiendo. ¿Qué si se puede soportar algo tan largo? Las óperas duran menos que una telenovela, una serie en televisión o un novelón. ¿Qué cómo se entiende en otro idioma? ¡Si es que no tenemos problemas con películas con subtítulos!

Y otra cosa: solo necesitamos prestar atención, abrir los sentidos, ver y escuchar sin prejuicios. Lo mismo que se necesita, por ejemplo, para disfrutar de un deporte nuevo en las olimpíadas.

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Este es también un momento ideal para meterse en este mundo de melodías envolventes y sentimientos desbocados. La ópera se está popularizando. Ya no hace falta ir con vestido largo o con saco y corbata; en los teatros se ponen sobretítulos en español; y las entradas de los pisos altos son más baratas que las del fútbol.

Además, está por empezar en Colombia una temporada lírica: en el teatro Jorge Eliécer Gaitán de Bogotá se pondrá en escena Turandot, la ópera póstuma de Giacomo Puccini.

¿Se la cuento? Es la historia de una princesa fría como el hielo, un príncipe enamorado y un acertijo que abrirá el corazón de la princesa. Es una ópera que en el momento de su estreno, hace ochenta años, fue tan popular como las películas de Steven Spielberg o las canciones de Shakira hoy.

Además, es la ópera cuyo punto fuerte, el aria para tenor Nessun dorma, llenó el corazón de millones de espectadores y oyentes en la voz de Luciano Pavarotti.

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¿Que usted no puede ese día o no le gusta ir al teatro? Ahora tiene la opción de ver ópera en las mejores condiciones en la pantalla, transmitida en alta definición desde el Metropolitan de Nueva York. Con la más alta tecnología digital, desde hace una década los mejores teatros de ópera del mundo, de París a Barcelona y de Milán a Londres, están grabando espectáculos en vivo y transmitiéndolos en cines de medio mundo.

No es solo una experiencia similar a la de estar sentado en la butaca de terciopelo rojo en la platea de un gran teatro. Es en muchos sentidos mejor: la dirección de cámaras toma primeros ángulos para ver las caras y los gestos de cantantes que cada vez dominan más las dotes del actor. Es como disfrutar de un partido de la Champions grabado con decenas de cámaras.

Así que no espere más. Cálcese unas zapatillas cómodas, embútase en esos jeans ajustados, ponga el celular en silencio y dedique tres horas a viajar en el tiempo y el espacio. Porque eso tienen los clásicos: transportan a una época y un mundo donde todo era más lento, más sosegado, donde las artes ayudaban a pensar en la propia vida y ver el mundo con nuevos ojos.

Ya está por comenzar la temporada: el 11 de octubre, en nueve teatros de Bogotá, Cali, Medellín, Barranquilla y Bucaramanga comenzarán a sonar las notas dramáticas de Giuseppe Verdi, en la primera de sus óperas a partir de obras de William Shakespeare.

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Se trata de Macbeth, la historia del noble escocés y su diabólica esposa, que reciben de unas brujas la profecía de que serán reyes. Tras asesinar al líder reinante y a sus rivales, los Macbeth se enfrentarán con las terribles consecuencias de sus actos. La música cuenta la historia y al mismo tiempo despierta sentimientos de exaltación, miedo, horror y esperanza. 

¿Qué suena a El señor de los anillos o a Juego de tronos? Por supuesto, la virulencia de las escenas y la majestuosidad de la escenografía de esas obras actuales no existirían sin el genio de Verdi. Muchos de los directores, músicos, escenógrafos y guionistas de películas y series de hoy deben mucho a los grandes compositores, como Wolfgang Amadeus Mozart o Richard Wagner.

Para compartir su secreto, lo invito a acercarse. Se trata de abrir la puerta, los ojos y los oídos. Muchos ya entraron, y están ahora esperando con impaciencia la próxima función.    

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29 de septiembre de 2014
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