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Violette Leduc

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La balada de Violette Leduc

Finalmente resucita Violette Leduc, que tuvo su momento de gloria relativa en los años sesenta y que más tarde fue olvidada por completo, también en Francia. En 1993 estuve en unos encuentros literarios en Toulouse y pregunté por ella a algunos profesores de literatura de París. Asombrosamente, no sabían nada de Violette Leduc y por descontado no la habían leído. Era como si hubiesen borrado su nombre de la historia de la reciente literatura francesa. El mismo Martin Provost, artífice de la resurrección de Violette gracias a su último filme, asegura que no la conocía, y que oyó hablar por primera vez de ella en voz del guionista de su película Seraphine.

Yo accedí a su obra en el verano de 1981, cuando me hallaba refugiado en un barrio periférico de París, intentando acabar mi segunda novela. En una librería de libros de segunda mano que había muy cerca de mi casa compré la novela Térèse et Isabelle. Nada más iniciar su lectura percibí el poder del estilo de Leduc, su ritmo percutante y vertiginoso, su lirismo implacable y profundamente nuevo, y su increíble naturalidad al narrar un amor profundo, y profundamente sexual, entre dos escolares de un internado de olor a represión y a lejía. Recomendé vivamente su publicación a varias editoriales en las que confiaba, pero no me hicieron caso.

La injusticia que se cernía sobre la obra absolutamente esencial y ejemplar de Violette Leduc (una novelista mucho más moderna y desinhibida que Sartre y Beauvoir) me ha resultado siempre de lo más enigmática, pues los franceses no suelen caer en olvidos así con sus escritores más sobresalientes, y Violette Leduc es uno de ellos sin la más mínima duda. Quizá la sepultaron otros escritores existencialistas más populares y más mediáticos, quizá... Aunque yo más bien tiendo a pensar que Violette Leduc fue una adelantada a su tiempo que sabía abordar con profundidad y precisión el incesto, el amor-pasión entre niños, los amores secretos y los manifiestos, en un estilo único.

El verano que la descubrí de la mano de Térèse e Isabelle, dos personajes radiantes y temblorosos como la sensación de pecado, no había visto nunca una foto de Violette Leduc, y fascinado por la belleza de su nombre, imaginé que podía haber sido una mujer muy guapa. Nada más lejos de la verdad. Violette Leduc era una rubia muy poco agraciada. Simone de Beauvoir la llamaba "la fea". ¿Solo ella? Juraría que no, juraría que todo el Barrio Latino la llamaba así.

Ahora resucita, como digo, y era previsible que en el filme de Provost apareciera dulcificada una relación que fue bastante feroz y marcada casi siempre por el desprecio. Pero da igual... Hay que dar por bienvenida esta resurrección más bien fortuita de una de las escritoras más subversivas y hondas del siglo XX. 

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23 de septiembre de 2014
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