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Theo Van Gogh

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Lo que comenzó con el asesinato de Theo Van Gogh

Ayer Jeannette Bougrab, la viuda del director de Charlie Hebdo dijo en televisión que su marido sabía que lo iban a matar “igual que a Theo Van Gogh”.

¿Nos acordamos del brutal asesinato hace una década del iconoclasta creador holandés, cuyo asesinato comenzó una era nueva y turbia en Europa? Hoy quiero compartir con ustedes las respuestas que encontré y las preguntas que me hago desde entonces tras leer la estupenda crónica/ ensayo Asesinato en Ámsterdam, del pensador de los Países Bajos Ian Buruma.

Su pregunta central es: ¿Cómo un joven “integrado” en un país abierto y laico podía convertirse en un asesino sanguinario?

Como en muchos otros casos, el encargo de Cultura/s de La Vanguardia de hacer la crítica del libro de Buruma, en la estupenda traducción de Mercedes García Gamilla, me abrió los ojos a una realidad desconocida por mí y por muchos allá por 2007.

Hoy, con estupor, recuerdo ese libro y cómo lo leí entonces. Y me parece más comprensible pero no menos atroz la matanza en la revista tan insultante y satírica como las películas y los exabruptos de Van Gogh. ¿Dónde está el límite? La sátira es necesaria para la salud democrática. Donde no se acepta la sátira, no hay libertad. El insulto no es necesario, y muchas veces es mejor evitarlo, pero quien busca prohibirlo y castigarlo, por lo general lo que pretenden es impedir la crítica, y con ella el pensamiento independiente.

Esta es aquella historia, sin la cual no se entiende cómo llegamos a esto.   

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Ian Buruma, ensayista y periodista de origen holandés, dejó el país de su plácida infancia para sumergirse en el torbellino de Asia y el estrépito de Norteamérica. De la experiencia de sus viajes por las fronteras culturales de hoy construyó relatos y análisis en un estilo vivaz, erudito e irónico, que desgrana regularmente en las revistas New Yorker y New York Review of Books. En ellos cuenta y analiza los grandes cambios político-culturales del mundo. Sus preguntas no se refieren a la noticia – qué acaba de pasar –  sino a las corrientes profundas – qué nos está pasando –.

Tal vez la pregunta más actual y acuciante de sus últimos textos es por qué arrecian las incomprensiones y desencuentros entre Oriente y Occidente en la era de la globalización. Mientras aumentan en el mundo los viajes, se aceleran las noticias, se masifica la educación y se intercambian más bienes y servicios, crece en igual medida el odio y la desconfianza. De la docena de libros de Buruma, se pueden encontrar sus ideas en castellano en los influyentes Occidentalismo: breve historia del sentimiento antioccidental y Anglomanía, una fascinación europea

En 2004, y después de recorrer tanto mundo, Ian Buruma se vio compelido a volver a casa. De pronto, todas sus preguntas se concentraron en la otrora somnolienta Holanda.

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El 2 de noviembre de 2004, en una tranquila calle de Ámsterdam sucedió un hecho de sacudió las conciencias de Europa y gran parte del mundo. Ese día, Mohammed Bouyeri, un joven ciudadano de los Países Bajos de origen marroquí, que hablaba y pensaba en holandés, asesinó al cineasta Theo Van Gogh. El ‘crimen’ de Van Gogh (bisnieto del hermano y albaceas del famoso pintor) había sido filmar con la somalí disidente del Islam Ayaan Hirsi Ali una breve película contra el maltrato de la mujer musulmana. Una escena del film muestra un cuerpo femenino desnudo cubierto con versos del Corán. Van Gogh, un deslenguado y cáustico crítico de fundamentalistas cristianos, judíos e islámicos, buscaba sacudir, incluso insultar, pero jamás pensó que el exabrupto podía costarle la vida.

Bouyeri era un perdedor del sistema, humillado y radicalizado hasta la exasperación, que se entretenía mirando escenas de decapitaciones de ‘infieles’ que bajaba de páginas web islámicas en inglés (no entendía el árabe). Ese 2 de noviembre se bajó tranquilamente de su bicicleta, acribilló al cineasta, decapitó su cadáver y dejó en su cuerpo un mensaje: un papel con amenazas de muerte contra Ayaan Hirsi Ali clavadas en un cuchillo. Pero hasta el mensaje estaba escrito en correcto holandés.

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Buruma viajó a Holanda por encargo de la revista New Yorker. No fue, obviamente, para averiguar quién mató a Theo van Gogh. El porqué del crimen no era tampoco su pregunta principal. El autor se abocó a entender qué había pasado allí desde que él y Van Gogh, dos niños holandeses en la misma época de La Haya, jugaban en la calle, sin miedos ni preocupaciones.

Asesinato en Ámsterdam es el relato de un viaje de descubrimiento, de reencuentro y de perplejidad. Es un permanente ida y vuelta entre el relato de los diálogos con sus entrevistados y el recurso del ensayo para dialogar con sus lectores. Con ese método socrático, Buruma penetra en una sociedad indigestada con el recuerdo no resuelto de la Segunda Guerra Mundial y el exterminio de una parte de la sociedad holandesa: los judíos integrados. Tras el Holocausto, la tolerancia y la no estigmatización del ‘otro’ se convirtieron en los credos de la posguerra.

Pero Buruma descubrió, tras hablar con decenas de holandeses viejos y nuevos, que el modelo abierto, tolerante, de respeto a las costumbres de los ‘nuevos ciudadanos’ que practicó Holanda desde el comienzo de la inmigración en los años 60 se ve ahora amenazado por la ola de integrismo musulmán y el uso que hacen ciertos grupos de inmigrantes de las libertades de la democracia para desafiar el sistema en sus mismas bases.

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¿Cuál es la solución? ¿Qué camino tomar? ¿De quién es la culpa de la tragedia de Van Gogh y Bouyeri?

Y tal vez la pregunta más espinosa para los psicólogos, sociólogos, historiadores y políticos con los que habló el autor: ¿Por qué una gran parte de los marroquíes de segunda generación, acogidos por el estado de bienestar y educados en la mullida cultura integradora del sistema imperante no se sienten parte del país donde viven? ¿Por qué algunos de ellos se rebelan tan violenta y brutalmente?

Buruma se lo pregunta a la madre de Van Gogh, a Hirsi Ali, a inmigrantes musulmanes de diversas persuasiones, a expertos y amigos que representan segmentos de la ‘voz de la calle’. Lo seguimos en sus caminatas y desvelos, y vamos con él armando un extraño puzzle que no parece tener una sola forma de resolverse. Estas historias holandesas de integración y desencuentros, contadas con nervio y elegancia, sirven para debatir temas urgentes en todas las sociedades, y se leen con inquietante reverberación en la Europa de hoy.

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10 de enero de 2015
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