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The Perfect American

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Gerard Mortier, despedida y gratitud al maestro espiritual

La foto que preside este pequeño homenaje es una de las últimas que el fotógrafo del Teatro Real (apropiadamente llamado Javier del Real) le tomó a Gerard Mortier. La jefa de prensa internacional del teatro, Graça Ramos, nos la envió a los corresponsales poco después de saberse la noticia del fallecimiento de Mortier, a los 70 años, el sábado, en su casa en Bruselas. Acababa de perder una valiente batalla contra el cáncer.

En la foto se lo ve consumido, agotado, pero con la mirada viva, inteligente, penetrante, irónica, que recordamos los que tuvimos el privilegio de entrevistarlo.

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Hijo de un panadero belga, Mortier llegó a la cima de la gestión y organización de exquisitos eventos musicales por sus propios méritos y con una auto-exigencia, cultura y ambición artística únicas en las últimas décadas. Fue el sucesor de Herbert von Karajan como director artístico del Festival de Salzburgo, llevó al teatro de ópera de su ciudad natal, La Monnaie, a la vanguardia de la ópera contemporánea, y en la Ópera de París mostró las grandes obras del pasado de una forma nunca antes vista.

Se alió durante su larga carrera con muchos de los creadores más innovadores de la escena teatral y musical contemporánea: directores de escena como Robert Wilson, Peter Sellars, pintores y escenógrafos como Eduardo Arroyo, directores de ópera como Sylvain Cambreling, Teodor Currentzis o la joven y prometedora batuta española Pablo Heras-Casado.

Eran alianzas artísticas y espirituales: los convocó, los trajo a Madrid para llevar al Teatro Real a cotas nunca vistas de osadía artística. Como en Salzburgo o en París, a muchas sensibilidades conservadores los “inventos” de Mortier no les gustaban: preferían lo de siempre, el brillo y el oropel, el triunfo de las voces famosas, las óperas del repertorio usual, puestas en escena tradicionales.  

En su última etapa como mago y dinamizador cultural, Mortier creyó que la ópera de la capital española se merecía estrenos como The Perfect American de Philip Glass o el reciente Brokeback Mountain de Charles Wuorinen, la recuperación de joyas del pasado remoto, como The Indian Queen de Henry Purcell o del siglo XX, como San Francisco de Asís de Olivier Messiaen o el Wozzeck de Alban Berg.

Todas sus puestas fueron cuidadas al máximo, todas las que ví (más de la mitad de las que puso en escena en Madrid) me dejaron pensando, con preguntas y dudas profundas, en un estado de gozo y desasosiego interior, todo al mismo tiempo. De varias de las que más me impresionaron (como el Cosí fan tutte mozartiano dirigido por Michael Haneke) escribí en este blog.

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El año pasado lo entrevisté en su despacho, cuando todavía no lo habían despedido ignominiosamente por haber opinado que quería participar en la elección de su sucesor. Hablamos de ópera, de música, de teatro, pero sobre todo de espiritualidad. En su discurso percibí algo que pocas veces se escucha en estos días: un llamado pasional por hacer volver, crecer, ganar espacio los valores del espíritu, la cultura y el arte en la sociedad contemporánea, pero no el espíritu como servidor de ninguna religión. Un espiritualidad a-confesional.

Ahora están de vuelta los católicos, con su jefe Francisco en la cresta de la popularidad, llamando a una lucha entre la religión establecida y la superficialidad, el consumismo. Como si fueran las únicas posibilidades. Los valores espirituales por los que predicó, luchó y dio hasta su último aliento Gerard Mortier no son los de la católica ni de ninguna otra iglesia. Son valores ligados por un lado a la ilustración europea, pero por otro lado a una búsqueda personal, universal, en el fondo ácrata, propia de los artistas de verdad, que no sirven a ningún amo.

En su última rueda de prensa, hace un mes y medio, para presentar Brokeback Mountain, con 40 grados de fiebre y con el cáncer royéndole el páncreas, habló de la emoción del amor, de la lucha contra las ataduras y prohibiciones de los censores, y por la libertad individual en su sentido más profundo. En castellano, en inglés, en francés y en alemán, siempre a velocidad de vértigo y con un humor inagotable, hizo su último chiste, después de despotricar contra los ataques del gobierno de España y de Madrid a los derechos sexuales y reproductivos que tanto costó conseguir. “Yo digo lo que pienso. A mí ya me echaron”, dijo con una sonrisa seráfica. “¿Me van a echar otra vez?”

Nadie lo podrá echar de la memoria agradecida de los que disfrutamos de los espectáculos importantes, actuales, desafiantes que creó. Por él sentimos, por un momento, que tiene sentido y valor social y político este arte anquilosado, caro y favorito de los que llenan sus plateas, los encorbatados y las perfumadas que no sufren la crisis.

Gracias, maestro íntegro. Te echaré de menos, Gerard Mortier.  

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10 de marzo de 2014
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Dos vaqueros dodecafónicos: Brokeback Mountain (the opera) se estrena en Madrid

Una historia impactante (dos rudos vaqueros de Wyoming se enamoran y la tragedia los envuelve) migra del cuento a la pantalla y finalmente a la ópera. ¿Qué le aporta, qué le quita, a qué la obliga cada medio y cada género? El martes 28 se estrena en Madrid una Brokeback Mountain lírica. Allí estaré, lo contaré en Opera News y después les diré qué me pareció. Por ahora, quiero compartir este ensayo que publiqué ayer en La Vanguardia.

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Primero fue un cuento publicado en 1997 en la revista The New Yorker. Annie Proulx, ganadora del Pulitzer por su novela The Shipping News, contaba en 24 páginas y con un estilo naturalista la historia de dos vaqueros pobres de Wyoming, lacónicos y sin estudios, obligados a compartir la desolación de una montaña de impactante belleza, Brokeback Mountain, pastando ovejas y protegiéndolas de los coyotes. En 1963, en ese aislamiento y sin las armas verbales para expresar sus sentimientos, Ennis del Mar y Jack Twist caen perdidamente enamorados. En los 20 años siguientes, ambos se casan y tienen hijos, pero salen cuando pueden en excursiones “de pesca”, hasta que uno de ellos muere en extrañas circunstancias.

En las páginas de Proulx el relato fluye natural, con el peso de lo inevitable. Su maestría en la recreación de la forma de hablar y de callar de estos personajes rudos y sensibles hizo que el cuento fuera muy elogiado. No es una reivindicación de los derechos o el orgullo de los gays: es la tragedia callada de dos personas para quienes vivir separadas es un martirio.

La mayoría de los lectores conocerá la historia por su siguiente reencarnación: Larry McMurty y Dianna Ossana escribieron un guion cinematográfico precioso, que daba al cuento alas de novela. Los personajes menores crecen: las esposas de Jack y de Ennis se convierten en nuevas víctimas del drama. Todo lo que se sugiere o se menciona en las breves páginas del cuento se hace escena en el guion.

Pero los estudios de Hollywood dudaban: los cowboys del Oeste son el último reducto de la vieja masculinidad. Finalmente, Ang Lee filma Brokeback Mountain en 2005, y los jóvenes actores Heath Ledger y Jake Gyllenhaal dan vida a estos trabajadores abrumados por su pasión. La película ganó tres Oscars y fue un éxito perdurable.

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¿Por qué una ópera sobre esta historia a primera vista tan ajena a los salones y oropeles del mundo lírico? Esto tiene que ver con el creciente diálogo de los compositores y los teatros norteamericanos a su propio acervo cultural y la cultura popular. Hace unos años John Adams estrenó Doctor Atomic, sobre el dilema moral del creador de la bomba atómica Robert Oppenheimer. Después entró  la ópera como un huracán deslenguado un personaje salido de los reality shows: Anna Nicole Smith (Anna Nicole, de Mark-Anthony Turnage). En el siglo XXI se han estrenado óperas sobre Moby Dick (Jake Heggie) y Un tranvía llamado deseo (André Previn). Y está creciendo la “moda” de usar como material original guiones de película, como hará Thomas Adès con El ángel exterminador de Luis Buñuel. Su ópera se verá en el Metropolitan de Nueva York en 2017.       

No se puede decir que Brokeback Mountain sea una ópera basada en una película. Hay una línea directa del cuento al libreto operístico, porque éste es obra de la misma autora del relato original, Annie Proulx. A primera vista su texto no tiene nada que ver con los tradicionales libretos de ópera: muchos de los diálogos vienen directamente del cuento, y conservan la brusquedad y los sobreentendidos del habla popular de su paisaje rural primigenio.

Pero en una ópera los sentimientos no pueden ser descritos ni puede confiarse en movimientos de cámara y primeros planos para expresar sentimientos: es otra gramática. Por eso, curiosamente, el libreto de la propia autora se aleja más de la primacía de lo “no dicho” que el guion del film. Los cowboys monologan consigo mismos y se cantan “te amo”. Estas cosas no suceden en las dos encarnaciones anteriores de la historia, donde todo es más callado, más para adentro.   

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Cuando nombraron a Gerard Mortier director artístico de la New York City Opera en 2007, encargó varios proyectos para hacer al teatro dialogar con la cultura de su tiempo. No llegó a tomar posesión del cargo por oponerse al recorte de fondos, y cuando en 2010 el Teatro Real lo fichó, trajo algunos de esos proyectos a Madrid. El año pasado el coliseo de la capital estrenó The Perfect American, sobre la vida de Walt  Disney, de Philip Glass.

Brokeback Mountain la ópera es obra de un compositor neoyorquino poco conocido en Europa pero de larga trayectoria en su país: Charles Wuorinen. Se lo considera un dodecafónico estricto, más en la línea de la música académica y abstracta de Arnold Schönberg e Igor Stravinsky que en el el diálogo con la música popular norteamericana. De sus 350 obras, la mayoría son de cámara o para pequeños grupos orquestales. Su única ópera anterior, Haroun y el mar de historias, basado en la novela de Salman Rushdie, se vió en la New York City Opera en 2004.  

Este estreno madrileño estará a cargo del director musical Titus Engel y el director de escena Ivo van Hove, con una importante contribución en video para recrear el paisaje montañoso y agreste que late en el cuento y se come la pantalla de cine.

Y así, en su tercera reencarnación, Jack Twist y Ennis del Mar (un barítono y un tenor) se volverán personajes de ópera y se alternarán en el escenario del Real con otra pareja de sufridores de un amor imposible: el Tristan y la Isolda de Richard Wagner.  

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23 de enero de 2014
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