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Leonardo Moledo: la divulgación científica como una de las bellas artes

El 9 de agosto murió el gran periodista Leonardo Moledo, el mejor, el más culto y el más influyente de los divulgadores científicos de Argentina, y probablemente de toda Hispanoamérica.

No había cumplido los 70, pero su legendaria “mala salud de hierro” y su vivir en una creativa nube de humo, que hacía que su oficina y su coche fueran fumaderos constantes, se lo llevaron demasiado pronto.

Durante dos décadas y hasta su muerte fue el director y principal voz del prestigioso suplemento semanal de ciencias del diario Página 12, un faro de luz científica en un país que aplaude mucho más la picardía que el saber. Yo supe este mes de su muerte, y quiero rendirle un modesto homenaje a este periodista indispensable.  

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Leonardo fue antes que nada, un gran conversador y un maravilloso preguntador. Sus entrevistas a mujeres y hombres de ciencia, recopiladas en su último libro, la tercera parte de la trilogía El café de los científicos (en coautoría con Javier Vidal; los dos anteriores lo fueron con Martín de Ambrosio), son charlas distendidas, divertidas y muy profundas. Moledo inventó y desarrolló con maestría un tipo de entrevista con expertos donde el lector se siente incluido, invitado, respetado.

De sus 14 libros que cuentan la ciencia al niño que hay en todo adulto, destacan el primero, De las tortugas a las estrellas, y Diez teorías que conmovieron al mundo (con Esteban Magnani), eruditas y deliciosas incursiones en el mundo de la alta ciencia.

“La divulgación de la ciencia es la continuación de la ciencia por otros medios” es una de sus frases más recordadas y felices.

 La mayoría de sus coautores son jóvenes periodistas, varios de ellos ex alumnos suyos, con quienes el maestro compartía su sabiduría, a quienes ayudaba y daba crédito con generosidad, y a quienes empujaba a volar.

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Yo fui uno de aquellos discípulos, aunque nunca trabajé con él o para él. Aprendí viéndolo trabajar y escuchándolo.

Cuando me inicié en el periodismo de medio ambiente, a finales de los ochenta, Moledo ya era una voz respetada y una firma conocida en Clarín. Fuimos juntos a varias actividades y congresos previos a la Cumbre de la Tierra de 1992, y pasamos las dos semanas de esa Conferencia de Naciones Unidas en Río de Janeiro en permanentes debates, aprendizajes y disfrutes.

De vuelta en Buenos Aires, nos encontrábamos en sesiones maratónicas a hablar de ciencia, de literatura (nos unía la devoción por Marguerite Yourcenar), de música (éramos ambos fanáticos de Johann Sebastian Bach), de la vida, de lo que fuera. En su oficina el olor a colillas viejas era difícil de soportar, pero la charla de Leonardo siempre era más estimulante, intoxicante en el mejor de los sentidos.

Nos vimos poco después de mi salida de Argentina, hace más de 20 años. Pero siempre estuve al tanto de lo que hacía, de cómo crecía su obra impresionante y su justa fama.

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Una semana después de su muerte, que cayó en sábado (el día en que salía el suplemento), Página 12 le dedicó un emocionante número especial de homenaje.

El primero de los 13 autores – colegas, reconocidos periodistas, escritores, alumnos, artistas – es Eduardo Galeano. “Toda la obra que nos ha dejado Leonardo prueba que la ciencia puede ser muy seria sin perder el sentido del humor, y perdurará por siempre en quien la lea”, dice el autor de Las venas abiertas de América Latina.

Pero dos semanas después de su muerte, la dirección de Página 12 decidió cerrar su suplemento. Un enorme error, creo yo.

No sólo se apaga una voz erudita, cáustica, cultísima, sincera, única, sino que se cierra el espacio de luz que creó, un espacio vital para la divulgación de la ciencia en un país que tanto la necesita.

Ah, no les había dicho cómo se llamaba el suplemento que dirigía Leonardo Moledo. Se llamaba Futuro.

Adiós, Futuro. Y adiós, mi maestro y amigo. Sos de las personas que a uno le harán falta siempre. Pero uno lo descubre demasiado tarde, cuando ya no hay tiempo para más charlas y más nubes de humo.  

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21 de septiembre de 2014
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