Durante años el fútbol estuvo criminalizado en nuestro país por haber sido el primer embajador internacional de la dictadura franquista. Aquel régimen utilizó los éxitos del Real Madrid y el legendario gol a la URSS de Marcelino –un gallego en el club de Zaragoza–, mientras en lugares como Inglaterra o Argentina no eran pocos los intelectuales, algunos muy de izquierdas, que escribían literatura épica con el balompié. Los uruguayos Mario Benedetti y Eduardo Galeano, por ejemplo, o el filósofo alemán radicado en Cambridge, Ludwig Wittgenstein, sostuvieron un verdadero romance con el fútbol y la teoría del juego, lejos de ese componente alienante que muchos diagnosticaban desde España y también Borges.
Curiosamente, el Real Madrid había sido el club más republicano antes de convertirse en estandarte del nuevo régimen político. En su dilatada trayectoria ha tenido jugadores cercanos al Opus Dei como Zoco, pero también a maoístas confesos, el bávaro Paul Breitner, sin ir más lejos. Una dicotomía política que, según parece, va a mantener durante la próxima temporada, con Daniel Carvajal mostrándose abiertamente derechista y su nueva estrella, Kylian Mbappé, escorado a la izquierda solidaria y multirracial.
En realidad, el fútbol siempre ha sido políticamente ambivalente, y ahora lo estamos comprobando por mor del triunfo de la selección en el Europeo de naciones. Lo ha sido incluso en el Barça, la entidad que se jacta de ser “més que un club”, pero que también tuvo su propio idilio con Franco, al que condecoró en varias ocasiones y nombró socio de honor en tiempos de Narcís de Carreras y también de Agustí Montal. Detrás de los clamores independentistas recientes se ocultaban de su pasado las diversas recalificaciones urbanísticas que permitieron al Barça construir su flamante Camp Nou al abandonar Les Corts o la influencia diplomática del franquismo para sellar con éxito el difícil fichaje de Kubala.
Con el Valencia también ha pasado lo mismo. Fue profundamente franquista tras la guerra civil para, décadas más tarde, convertirse en el club popular por excelencia de la menestralía urbana y los agricultores de la huerta. Hasta la transición y las riñas identitarias. En el momento más dulce del equipo, con la llegada del gran Mario Kempes, el Valencia se vistió del azul de la senyera, anatema para la izquierda de entonces. No fueron pocos los valencianos progres que se hicieron del Barça y abjuraron de aquel Valencia “blavero”. Se perdieron a Marito con las calzas caídas y aquella extraordinaria final en el Bernabéu contra el Madrid.
Más ambivalencias. Otro filósofo profundo, por más que coqueteara con el nazismo, Martin Heidegger, fue un persistente aficionado del Bayern Munich. Al otro extremo, el pensador francés y marxista por excelencia, aunque huidizo del comunismo oficial, Jean Paul Sartre, ejerció de seguidor ferviente del París Saint Germain, ahora en manos del capital petrolífero de la autarquía qatarí. Su gran polemista, Albert Camus, escribió incluso un libro dedicado a este deporte: Lo que le debo al fútbol, su experiencia como portero cuando era universitario en la liga argelina.
En un programa cultural de la televisión holandesa, hace ya un cuarto de siglo, y en presencia de personalidades de la talla del antropólogo Richard Rorty, el novelista también Nobel John Coetzee o la zoóloga Jane Goodall –la de los chimpancés africanos–, el formidable pensador George Steiner se explayó a gusto con el fútbol: “Cuando Maradona corre con la pelota hacia el gol, 2.500 millones de corazones palpitan a la par –vino a decir–. Ningún evento similar ni siquiera fue imaginado. Ni Shakespeare ni Beethoven tuvieron ese poder de suspender las emociones humanas. No sé qué concepto sociológico sirve para esta emoción planetaria”. De eso se trata, no de política, sino de pulsión humana y telecomunicaciones universales.
También han puesto a caldo a nuestros jugadores por hacer payasadas durante la fiesta de exaltación en Madrid de su triunfo. Ninguno de ellos debe haber leído a Camus o a Steiner, claro está. Tal vez el exvalencianista Juan Mata, lector de poesía, o Miguel Pardeza, miembro culto de la Quinta del Buitre. Puede que ni siquiera Pep Guardiola, que se las da de intelectual haya estudiado a Platón o a Kant para estimular a sus jugadores, a lo sumo se habrá enganchado a las meditaciones de Marco Aurelio o al arte de la guerra de Sun Tzu, que suelen venir a cuento para extraer algún que otro aforismo recurrente antes de una “batalla” balompédica.
En la estupenda serie sobre la Premier inglesa, Ted Lasso (Apple tv), se muestran de modo entrañable las interioridades de un vestuario profesional londinense. El propio entrenador, Lasso, es un poco bobo, aunque con un gran corazón, mientras sus jugadores hacen el idiota constantemente. Son jóvenes, ricos y famosos, algunos muy descerebrados y los más procedentes de ambientes desclasados o de países extraños. Al final, gracias a la humanidad y humildad del propio Lasso consiguen crear un grupo animoso y vencedor. La España de un entrenador discreto como ha sido Luis de la Fuente se ha fundamentado en eso mismo. No pidamos más, no le saquemos peras al olmo ni caigamos en el politiqueo tan español. No es nada frecuente que un futbolista profesional tenga la labia de Jorge Valdano, pero alcanzan a saber que su Dios es redondo, como tituló el mexicano Juan Villoro.
España, la Roja ya sin medias negras, estaba congraciada con los dioses, sorteó las dificultades siempre que lo necesitaba. En un fútbol cada vez más homogéneo y globalizado –no como en la época de Martin Amis–, redescubrió que contra el bloque bajo y la presión constante que ahora tanto se llevan –y que aburre a las ovejas–, nada mejor que la ancestral receta del extremo burlón y el mediapunta creativo: las historias de un niño de diecisiete hijo de emigrantes, de un bailongo pamplonica cuya memoria viaja en patera, la de un andaluz ahora parisiense cuya progenitora fregaba pisos o la de un emigrante catalán a Zagreb y Leipzig, dos ciudades perdidas en el imaginario latino. Y a lo lejos, un portero hijo de guardia civil y de madre ertzaintza. ¡Qué bien lo pasamos emocionándonos con su fútbol chispeante!