Es sabido, en los sectores ambientalistas, que el episodio de las vacas locas tuvo una fatal consecuencia para nuestro sistema natural: el estallido de una histeria higienista que derivó en la prohibición de la práctica secular del vertido de reses muertas, bien en los muladares, bien en el monte, limitando seriamente la posibilidad de que las grandes aves necrófagas pudieran conseguir alimento, penuria que motivó un rápido descenso en sus tasas de reproducción y, además, en algunas especies, como en el buitre leonado, un cambio desesperado de actitud trófica, depredando reses debilitadas por enfermedad o parto.
Abundando en este campo, en el que la exigencia extrema de limpieza litiga con cierto abandono de la misma, he de contar ahora lo que me sucedió este fin de semana cuando recibí en confesión los secretos de una educada señora de intachable trayectoria religiosa; me dijo que había dejado de comulgar tras un desgraciado episodio protagonizado por las uñas sucias de la mano del sacerdote que introdujo la Sagrada Forma en su boca; de ese modo esa carencia higiénica, conocida como uñas de luto, cercenaba de modo violento la posibilidad de que Eulalia Jumilla y Arciniegas pudiera seguir en comunión directa y provechosa con Nuestro Señor Jesucristo.