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Patricio Fernández

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Elogio del olvido en el Museo de la Memoria

La convocatoria era estimulante: David Rieff, el polémico autor de Elogio del olvido, iba a hablar esta noche en el Museo de la Memoria en Santiago de Chile.

Y no solo eso: habían pasado pocos días desde que el recién nombrado ministro de Cultura, Mauricio Rojas, tuvo que renunciar 70 horas después de asumir por haber dicho en un libro que este mismo museo era un engaño, un montaje, un uso mentiroso de una tragedia nacional.

Chile es tal vez el único país donde un poeta puede liderar una revuelta de artistas e intelectuales que logra tumbar a un ministro en un fin de semana. El venerable Raúl Zurita, conciencia moral del país, había desencadenado el “basta ya”: en un breve texto difundido en redes sociales, en el que anunció que se negaba a participar en ninguna actividad con Rojas.

Ardieron Facebook y Twitter. Tan rápido renunció el ministro, que ya no estaba cuando al siguiente fin de semana, el Museo de la Memoria se llenó de voces de protesta, de músicos de tres generaciones, de niños y de defensores de una memoria de los crímenes de la dictadura que acuerparon “su” museo al grito de nunca más al olvido.

Una semana más tarde, Rieff se presentaba allí mismo con su denuncia de los peligros de la memoria histórica.

Estaban presentes, entre muchos protagonistas del debate, como las autoridades del museo, el escritor Patricio Fernández, editor por muchos años de The Clinic, que mezcla sátira con investigación sobre los crímenes del presente y de la dictadura y autor de una luminosa reflexión sobre los años de Pinochet desde la memoria de su abuelo; la novelista, dramaturga y actriz Nona Fernández, en cuyas obras, como la excelente novela La dimensión desconocida, la memoria individual se cruza con las culpas y vergüenzas colectivas del país, y el mismo Zurita.

El momento más impactante de la noche fue cuando el viejo poeta, con el cuerpo achacoso y la voz grave de los vates de la tribu, tomó el micrófono para sentenciar que el olvido no existe.

“El olvido es imposible; estamos condenados a recordar como el Funes el memorioso de Borges. Dijiste que en diez mil años nadie recordaría Auschwitz,  pero tenemos el lenguaje, yo creo que sí se va a recordar. El olvido es lo utópico”.

Rieff es un historiador y ensayista autor de libros donde ataca la desigualdad y la pobreza (El oprobio del hambre), los crímenes de las grandes potencias y la inoperancia del sistema de Naciones Unidas en los conflictos (A punta de pistola). Pero, pese a sus 65 años y sus muchos logros, todavía es presentado en primer lugar como hijo de Susan Sontag, a cuya enfermedad y agonía dedicó un libro desgarrador.

En un excelente castellano, replicó al poeta. Dijo que la humanidad había ya olvidado crímenes aún peores que el del holocausto nazi. Que por ejemplo, el rey Leopoldo II de Bélgica era culpable del asesinato de más de 20 millones de africanos, y hoy casi nadie lo recuerda. Que le gustaría tener la pasión y la seguridad de Zurita.

Con pena, le dijo: “Me gustaría estar de acuerdo contigo, pero no puedo”.

Antes de ese momento precioso en la historia del Museo de la Memoria, Rieff había desgranado los puntos centrales de su libro polémico.

Dijo que por supuesto en muchos lugares y momentos la memoria colectiva es útil e importante. Sin ir más lejos, por lo que sabía, en el mismo Chile el museo que cobijaba su charla era un aporte valioso y valiente. Pero en otros sitios, como en los Balcanes, en cuya sangrienta guerra Rieff pasó tres años, “la memoria fue un instrumento del nacionalismo criminal”.

Ante estos usos tóxicos de la memoria, abogó por “el olvido, no neurológico, sino como silencio público”.

Puso un ejemplo del pasado reciente: los católicos y protestantes de Irlanda del Norte lograron una paz frágil pero funcional, donde las armas callaron y el tejido social se reconstruye, con un pacto de no seguir tirándose el pasado a la cabeza. “No hay manera de reconciliar las memorias”, dijo. Entonces el silencio público sirvió para alcanzar la paz.

Y puso otro ejemplo hipotético: en el caso improbable de que israelíes y palestinos lleguen a un acuerdo de paz, deben intentar dejar atrás el pasado en el que cada bando trata al otro como criminales a juzgar y sentenciar.

Este es un punto conflictivo, sobre todo en América latina. En la propuesta de Rieff, pesimista y posibilista, se debe renunciar a la justicia absoluta en aras de una paz posible. Olvidar para poder convivir. Muchos presentan las transiciones de España y Chile como modelos de olvidar y perdonar para ganar la paz. Pero ese pasado de olvido deliberado está en tela de juicio en ambos países ahora.

Esta misma semana visitó el Museo de la Memoria el presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, quien ordenó exhumar del engendro revanchista del Valle de los Caídos, que todavía glorifica el fascismo en su país el cuerpo del dictador Francisco Franco. Un gesto de memoria contra el olvido.  

En su charla, Rieff expresó sus diferencias con museos de la memoria como el del genocidio ruandés en Kigali, el de la Escuela de Mecánica de la Armada en Argentina y el museo del Holocausto en Washington, “cuyo recorrido contiene las banderas de los regimientos norteamericanos que liberaron campos de concentración pero no los del ejército rojo que entró a Auschwitz y tantos otros campos, y termina con una oda al sionismo y al Estado de Israel”, como si este fuera la solución buena y lógica a los crímenes nazis. Usos políticos presentes de la forma de presentar el pasado.

Arturo Fontaine, el intelectual chileno, miembro del directorio del Museo de la Memoria, al que defendió con denuedo ante los ataques del efímero ministro, llevó con Rieff un diálogo iluminador pero no exento de divergencias.

Por ejemplo, sobre la utopía. Para Rieff, la utopía era siempre peligrosa y negativa. Sus ejemplos, las utopías nazi, leninista y maoísta y los sueños nacionalistas de la Europa reciente. Fontaine le replicó con las posibilidades de otras utopías democráticas: los Federalistas y la constitución de Estados Unidos, el sueño de los derechos humanos en la formación de las Naciones Unidas.

La respuesta de Rieff: el sueño democrático en todo el mundo, que Yemen pueda convertirse en Dinamarca, es “tonto” e “imposible”.

“No creo que aprendamos de la memoria”, sentenciaba Rieff, ante la visible tristeza y ofuscación de gran parte del público. “Soy griego, no cristiano: no creo que una historia que progresa, sino cíclica”.

Una señora de entre el público preguntó: “¿Y entonces qué hacemos?”

El historiador del olvido no tenía respuesta.

Pero el hecho de que el Museo de la Memoria, defendido y protegido por miles de ciudadanos hace tan poco, le haya dado cobijo y una escucha atenta en la fría noche santiaguina, ya es una respuesta.

El olvido está lleno de memoria. Con copas de vino en la mano, acabada la charla, Rieff y Zurita se quedaron compartiendo risas y, sí, también recuerdos de los que abrigan y sanan. 

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29 de agosto de 2018
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