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ornitología

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A los escépticos

 

 

Habitante del matorral mediterráneo y, en general, de zonas meridionales secas y calurosas, la curruca cabecinegra –Sylvia melanocephala- se ha establecido en puntos de la Canal de Berdún (término de Jaca, Huesca) en los que nunca había sido citada. Concretamente en laderas de monte bajo de la margen derecha del río Aragón entre las desembocaduras del Estarrún y el Lubierre, en la finca de Hortilluelo, pedanía de Ascara. En cuatro o cinco años esta especie termófila ha colonizado un ecosistema considerado no apto para ella. Si nos atenemos a la media de temperatura e innivación de los últimos cincuenta años nada haría sospechar que fuera posible la presencia del pájaro. ¿Qué está pasando? 

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2 de octubre de 2016
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Heruta (Cheruta)

Eran las cinco de la mañana y me desperté. Puse el ordenador en marcha y traté de transcribir el sueño de la manera más fiel, con una sintaxis que en mí no era la habitual.

Publiqué el relato en http://ferrerlerin.blogspot.com.es/2016/08/cheruta.html y me quedó la duda de si existiría, en nuestra realidad, el nombre propio que tanto se repetía en el sueño. Existía, no como nombre de lugar pero sí como nombre de persona: http://hebrewname.org/name/heruta-cheruta 

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6 de agosto de 2016
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Trúlara / trúlera

A vueltas con las cuestiones lingüísticas recordar aquella mañana de primavera, en un parque de la zona alta de Barcelona, en que mi mano derecha se entretuvo en las nalgas de la mujer madura que me acompañaba mientras observábamos cómo unos ejemplares de avión común –Delichon urbica- se posaban en los cables, sin duda agotados por su reciente viaje migratorio. Una mujer tumbada boca abajo, resaltando las curvas posteriores, que de modo pretendidamente natural dijo “¿te gusta mi trúlara?”, glorioso sustantivo de resonancias africanas que quizá hubiera que escribir “trúlera” dada esa costumbre catalana de abrir la “e” átona hasta alcanzar una “a” oscura y gutural. Una atrevida finta sexual la mía, un hito en nuestra relación,  que ella describiría después como “hoy se ha producido un cambio” y que daría paso a una sucesión de visitas a mi domicilio pertrechada cada vez con cien gramos de jamón de york (allí llamado “jamón dulce”) de la charcutería Tívoli, un fiambre que, la verdad, me entusiasmaba.  

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18 de julio de 2016
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Visiones

Fue de sorpresa en sorpresa durante su primera jornada en el gigantesco Instituto Germánico de Ornitología. Era como una ciudad; cada especie de ave disponía de un Departamento de Estudio, con su propio complejo de edificios. Su infancia campesina observando los cernícalos, la elección del bachillerato de ciencias, la Facultad de Biología, el doctorado. Y ahora la beca que le iba a permitir trabajar en esta prestigiosa institución. “Hay aves que usan la luz ultravioleta para encontrar alimento; sabemos que a veces los cernícalos buscan su presa gracias a la detección de los rastros de orina dejados en el suelo por los roedores ya que ese licor refleja el ultravioleta”, dijo el Doctor Tugues en la disertación que cerraba el acto de inicio del curso. Pero fue al atardecer, al cruzar la parte norte del parque camino del anexo de apartamentos, cuando descubrió una peculiar construcción, un pabellón cilíndrico, tenuamente iluminado, de altura indefinida ya que lo cubría la niebla. Preguntó y juraría (su conocimiento de la lengua alemana no era perfecto) que le respondieron que era el almacén de registros. El lugar donde se guardaban, donde se iban guardando, todas las ‘visiones’, todo lo que veían, todo lo que han visto, todos los ejemplares de Falco tinnunculus desde que existía la especie. ¿Era eso posible? Ondas, frecuencias, partículas diseminadas y ahora capturadas. Necesitaba descansar. Un sueño reparador. Mañana sería otro día.         

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 Viitala, Jussi; Erkki Korplmäki, Pälvl Palokangas & Minna Koivula (1995). «Attraction of kestrels to vole scent marks visible in ultraviolet light» Nature. Vol. 373. n.º 6513. pp. 425–27. 10.1038/373425a0.

 

 

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17 de mayo de 2016
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Azar y gravedad

En un proceso aleatorio la razón entre el número de casos favorables y el número de casos posibles es la probabilidad; cantidad singularmente baja en el proceso que llevó a impactar en el cráneo de Esquilo una tortuga terrestre desprendida de las garras de un quebrantahuesos el año 456 antes de nuestra era. Que a lo largo de los siglos los monjes del monasterio oscense de San Juan de la Peña recibieran en sus cráneos u otras partes del cuerpo el impacto de algún bolo desprendido de la pudinga que conforma el espectacular extraplomo entraría dentro de la dinámica de un proceso parecido, aunque aquí la probabilidad, dado el número de cabezas y el tiempo de exposición, pudiera considerarse algo más alta. Esquilo fue advertido por los dioses de que moriría al venírsele la casa encima y el poeta griego vagó desde ese instante por los campos al solo refugio de la luna y las estrellas. Los monjes pinatenses no sabemos que tomaran ninguna medida ya que la construcción del claustro no parece que obedeciera a razones preventivas. Hoy, el cultivo de esos vectores de riqueza denominados turistas, aconseja a las administraciones públicas envolver con una malla la sagrada montaña, pero no son criterios de delirante estética sino de piadosa tutela los que conducen a dicha maniobra. No se trata de buscar –con Christo Javacheff- la involuntaria belleza de lo efímero a través de una arriesgada decisión sino de salvaguardar la integridad física de las masas bullangueras, las que ahuyentaran a gritos, bocinazos y quizá a pedradas, a la pareja de quebrantahuesos que utilizaba para su fase de reproducción una oquedad demasiado próxima a lo que es ahora aparcamiento de autobuses.  Porque esta ave, el Gypaëtus barbatus de los científicos (algo así como Buitreáguila barbuda), es animal solitario, de fidelidad territorial y matrimonial, al que no le intimidan los rigores climáticos extremos y que tiene el hábito de arrojar los huesos -de los cadáveres que halla por el monte- sobre canchales y roquedos, para quebrarlos y así devorarlos fragmentados y con la rica médula accesible a su peculiar pico. Esta licencia casi deportiva, en tan austera y mística personalidad, supone, durante un largo periodo de su vida, aprender a utilizar la fuerza y dirección del viento, las calidades de los posibles rompederos, y los movimientos adecuados de las patas y del total de su anatomía. Tortugas terrestres y quebrantahuesos ya no coinciden en España: relegadas la Tortuga mediterránea y la Tortuga mora a escasos enclaves meridionales nunca se verán sorprendidas, como en la Antigua Grecia, por la mirada penetrante y el metálico plumaje de una presencia maravillosa, también dolorosa y estúpidamente relegada por el hombre hasta el punto de convertir en elegidos a los que todavía tenemos la inmensa fortuna de poder coincidir con ella en secretos e inaccesibles parajes de la cordillera pirenaica.

 

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29 de marzo de 2016
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La estepa o quizá el desierto

 

Hoy ha vuelto la colina desnuda, la ladera estéril coronada por un resalte rocoso, y no ha sido durante un sueño sino en una secuencia de Hasta que llegó su hora, en ese plano general en el que miles de obreros se afanan en colocar vías de tren y Henry Fonda se aproxima pausado a Charles Bronson que talla una figurita de madera. Sé que, no lejos de allí, existe un cruce de carreteras en el que yo detenía el coche y buscaba una indicación que nadie puso; me perdía, aprendía el concepto de extravío, de soledad. Una carretera recién y mal terminada, mal peraltada, con abombamientos y blandones, una carretera de asfalto gris que no se diferenciaba, al atardecer, de las ralas y desdibujadas cunetas. La visión de hoy, cinematográfica y real, no remeda el vigor de las imágenes soñadas, imágenes que no regresarán (ya no queda tiempo), como nunca regresaron la pareja de águilas perdiceras posadas en un promontorio y aquellos huesos de cabra calcinados por el sol, esparcidos en el fondo de una vaguada polvorienta. Pensé entonces: ¿hubo aquí alguna vez rebaños, hubo gente, hubo aves? Me dijeron que la razón del sueño radicaba en mi pasión ornitológica, en la búsqueda constante de grandes especies necrófagas; pero hoy pienso que esa no era la razón, que el sueño, que la sucesión de esos sueños, era fruto de la conciencia de que ese paisaje, y mi misma vida, culminaban su término.

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10 de febrero de 2016
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